Es fácil ubicar a la menor de las chicas, del matrimonio Pedreño Barbero, me refiero a Angelita, jugando a los recortables junto a su madre y hermanas; juego que consistía en recortar las páginas de las revistas de la época, cosiendo vestidos a sus muñecas. Debió ser fácil hacerse en el mundo de lo que más tarde se conoció como corte y confección, arte que compartía con sus amigas y vecinas las hermanas Bey. ¿Quién le iba a decir que veinte años después confeccionaría un precioso vestido a la Virgen de Gracia, con sus enaguas repletas de jaretas y puntillas de balencien, que lamentablemente los fervorosos de nuestra patrona, me refiero a los nacidos a partir de 1961, jamás podrán apreciar. Por decisión de no sé quien de mostrarnos la talla, cuando lo suyo siempre había sido vestida al igual que la mayoría de vírgenes españolas. Menorca siempre fue diferente.
Seria bueno que algún día se hiciera una exposición de los trajes. Esperemos que don Mateo Seguí Vidal, persona cuidadosa con las tradiciones, nos sorprenda con alguna vitrina y los trajes que a lo largo de los años fue recibiendo de conocidas familias de Mahón.
Entre ellos se encuentra el que realizó Angelita para vestir a nuestra patrona el día que en la misma ermita se unió en matrimonio con Luís Casals y que, si mal no recuerdo, no fue el único que el matrimonio le obsequió, demostrándole una vez más la devoción que por ella sentían, estando siempre presente en sus vidas.
En mi memoria infantil está presente la imagen con aquel traje, al acompañar a mi madre todas las semanas al cementerio, finalizando con la entrada a la ermita, escuché las alabanzas que se hacían al mismo. Ello me lleva a momentos vividos por mi admirada Angelita, y sus largos tirabuzones.
Ello me hace girar la página del libro de la vida de Angelita Pedreño, al cel sia, situándola en su infancia. No había celebrado la primera comunión cuando vivió la euforia de la llegada de la República, y con tan solo diez años, el horror de la guerra. Pasando a vivir en el sótano de aquel caserón rotulado con el cuatro de la calle de Santa Ana. El sótano que tenía la entrada en la calle de San Sebastián, gracias a sus grandes dimensiones, la familia Pedreño Barbero pudo dar cabida a sus vecinos, principalmente al ser avisados por la sirena de la inminente llegada de la temida aviación, principalmente en aquel fatídico 23 de octubre de 1936 en que estalló una bomba a escasos metros de su casa, justamente en la Plaza del Mercado, falleciendo Luis Jover Olives, reconocido representante de comercio.
Creo oportuno añadir, ya que todo lo escrito el día de mañana puede servir para los futuros historiadores de nuestra ciudad, que el mecánico de la motora, en Gori, instaló por decisión propia en bien de los refugiados luz eléctrica en algunos refugios de nuestra ciudad, también hizo lo propio en aquel sótano, ya que debía dar a luz una de las vecinas de la calle de Santa Teresa y que lamentablemente en estos momentos no encuentro entre mis archivos su nombre.
Otro de los momentos vividos por los Pedreño fue el 18 de noviembre de 1936 en que la Base Naval fue bombardeada y el estallido fue de tal magnitud que las casas des barrio, totes, van tremolar. A medida que iban pasando las horas, la preocupación de su madre y hermanas iba en aumento, al escuchar como un murmullo la cantidad de heridos, incluso un muerto que resulto ser, Francisco Llambías Pons, un joven con tan solo 24 años.
Con gran penuria pasaron la época de la contienda. Una vez iniciada una nueva vida, el trabajo fue en aumento, con la particularidad de que carecían de lo primordial para su trabajo, el hilo, básico para su oficio, escaseaba tanto que se aprovechaba hasta que se permitía hilvanar la aguja de bordar. Fue por tal motivo que mi padre, al cel sia, cuando fue embarcado en el velero Abel Matutes, conoció al propietario de una de las fábricas más importantes de España, como fue Fabra y Cots de Barcelona. Gracias a que Gori le entregaba tabaco, queso, aceite entre otros muchas cosas más, aquel no dudaba en ofrecerle cuanto precisaba en hilos y algunos tejidos que debía tener de algún fabricante.
Todo ello lo escribí en una especie de libro titulado "Los Piratas del Mediterráneo", presentándome a uno de los premios de narrativa convocados por el diario "Menorca", siendo rechazado por su jurado, entre ellos don Juan Luis Hernández, al no ser de su agrado, y que a día de hoy aún continúo esperando que aquel jurado que lo desechó no me hayan devuelto el trabajo que presente, en formato de llibret, esperando lo hagan cuanto antes ya que hay una editorial interesada en publicarlo, por la cantidad de datos que se relatan sobre las calamidades de aquel motovelero cruzando el canal.
Gracias a los hilos, d'en Gori, las modistas podían coser, doña Catalina Mercadal de la farmacia Seguí podía zurcir la ropa y los calcetines de su prole, a cambio de nada, ya que el de la motora sintiéndose útil se veía más que correspondido.
Y las Pedreño, continuaron bordando insignias para el Ejército. Madre e hijas estaban en ello, el horario era incontrolable, levantándose de buena mañana, acostándose a altas horas de la noche, debiendo sufrir con estoica paciencia los múltiples apagones de la Eléctrica Vella. Junto a la canastilla de los hilos y utensilios de bordar las palmatorias siempre a punto para suplantar las bombillas de filamentos, que también fallaban, y mucho. Las noches se alargaban, debían entregarse los pedidos, iniciándose en aquel Mahón, las competencias entre distintas bordadoras.
En el taller de las Pedreño las entradas de trabajo iban en aumento, se debían reponer ses calaixeres de las sacristías que prácticamente habían sido todas ellas saqueadas y destruidas. Gracias al buen hacer de doña Soledad, con sus manos mágicas, poco a poco todo se fue reponiendo, primero dibujando sobre la tela, llenándolo de diferentes puntadas, realizando algo, que definirlo como trabajo artesanal, me sabe a poco.
El obrador de la calle de Santa Ana era frecuentado por mucha gente, principalmente por religiosos, entre ellos don Antonio García de Laparra, persona muy refinada y de buen gusto, exigente ante las cosas bien hechas.
Decía la semana pasada de la gran amistad que les unía con las hermanas Carmelitas Descalzas de la calle de Santa Rosa 4 de Mahón. Para ellas bordaron el estandarte dedicado a Santa Teresita del Niño Jesús. Recuerdo que cuantas misas se celebraban en su honor, y principalmente en la celebración de los actos de la Pía Unión, se exhibía el mismo.
No deseo ser repetitiva, ya escribí, que Angelita fue patronista del taller de calzado de la familia Carreras. A la salida del taller, bajaba la larga calle dirigiéndose a la capilla de ses monges tancades, lugar que frecuentó hasta ir a vivir en Ferreries. A la salida acostumbraba hacer el mismo recorrido. Pasar frente a la parroquia de Santa María, daba una mirada al escaparate de Nini Oliver, enfilando la calle Nueva, poco antes de llegar a la altura de casa Busutil, un jovencísimo, Tino Ballester, que había entrado a trabajar siendo un jovenzuelo con Luis Casals, dándole aviso de que se iba acercando aquella joven que le hacía suspirar toda la tarde. El día que Luís Casals conoció a Angelita, quedó prendado, tanto, que esperaba ansioso la llegada del oscurecer para observarla con su paso seguro, no molt alta, pero muy bien proporcionada, de semblante risueño, bien vestida, lo que se podría llamar, lo que ahora se conoce por una línea esport. En una palabra, lo que se acostumbraba decir, un padacet li lluïa.
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margarita.caules @gmail.com
1 comentario
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El Taller al que os referiis en este articulo, lo abrio mi madre, la hija mayor, del matrimonio Pedreño Barbero,cuyo nombre era Josefina, pero era conocida, na Fina, o sea que la Soledad de quien hablais era mi abuela, y las Pedreño,mis tias. Sencillamente me he llevado una sorpresa al encontrarme este escrito, muy agradable, por cierto Nada mas que cordiales saludos