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¿Qué recuerdo, de entre los que ha acumulado en toda una vida, le dolería más perder? Una persona, una emoción, un instante fugaz, un amor, el momento en el que vio por primera vez la cara de su hijo, o cuando ésta reflejó la ilusión de abrir los regalos en una mañana como la de hoy, la del día de Reyes. O es simplemente incapaz de elegir entre tantas y tantas experiencias que conforman el equipaje con el que transitamos por nuestra existencia. Las respuestas son variopintas, tantas como individuos, y el ejercicio lo plantea la Confederación de Asociaciones de Familiares de Enfermos de Alzheimer -entre ellas la de Menorca-, dentro de su campaña para reclamar una política estatal contra dicha dolencia, que afecta ya a 3,5 millones de españoles entre enfermos y sus familiares.

Una política que abarque tanto aspectos de atención sociosanitaria, como jurídica, de investigación y de apoyo, es lo que reivindican los afectados. Sus objetivos: el primero no olvidar a los que perdieron sus recuerdos ni a las familias, ya que son ellas, a falta de los recursos necesarios, las que en mayor medida se dedican a su cuidado; y el segundo pero no menos importante concienciar, porque nadie está libre de perderse en la senda de lo vivido.

Pocas cosas se me antojan más tristes que quedarse vacío, sin poder hilvanar la propia historia personal, y aún lo debe de ser más cuando las acciones públicas se limitan al intercambio de puyas en polémicas políticas, a promesas incumplidas y a debates estériles.