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Sin entrar a valorar la culpabilidad o no de los sujetos en cuestión, lo trascendido sobre los interrogatorios del juez a los acusados de la trama Palma Arena, y sus conexiones con el mediático Gurtel, arrojan dos conclusiones inquietantes. Una, que nadie organiza las campañas electorales del PP. Aquellos grandes mítines, giras perfectamente pautadas, baños de masas con jóvenes aplaudiendo detrás, los panfletos, los bolis y los mecheros... De todo esto y de quien ordenaba el pago de sus facturas ahora resulta que nadie sabe nada. Se organizaba por sí solo, como la sucesión de las estaciones, la lluvia o la cadena trófica en la selva. Otra conclusión, que ninguno de los altos cargos públicos interrogados tenía la última palabra a la hora de contratar determinados servicios. Los políticos se convierten ante el juez en meros firmadores y vierten la porquería sobre sus subordinados, que a su vez se autoproclaman en cuanto se sientan en el banquillo de los acusados meros tramitadores al dictado de sus superiores. Nadie responde de nada. Hombre, con los sueldos que ganaban todos y los aires de cosa importante que se daban, les presuponíamos algo más de capacidad de decisión, de conocimiento del cotarro, de poder. Pero en cuanto se les imputa, resulta que todos pintaban poco más o menos lo que el conserje. En resumen, o el juez los declara culpables por choriceo o el pueblo los declara negligentes por omisión del deber. O pagan una pena por sentencia u otra por desvergüenza. Porque si mienten son merecedores de la peor de las consideraciones y si dicen la verdad, pues lo mismo, por cobrar dinero público por una tarea tan bien remunerada como exenta de responsabilidades. Y de la auto-organización de campañas, que compartan el secreto y lo aplico al cumpleaños de los niños.