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Asistí hace poco a una conferencia del escritor Eduardo Mendoza. Una tarde deliciosa que te encuentras por sorpresa, y que recuerdas con gratitud y regocijo. La terraza de la Biblioteca Pública de Alaior, abarrotada de gente; el ambiente agradable y relajado; y las preguntas del público, respondidas con sabiduría y humor por el ameno y culto conferenciante.

Uno de los datos biográficos que se mencionaron, es que tras recorrer varios países europeos, Mendoza se instaló en Nueva York (1973) trabajando durante unos años como traductor en la ONU. Se fue, según dijo, para huir de la mediocridad reinante en un país donde la represión y la censura se habían casi interiorizado, acomodándose muchos a los caprichos burdos del poder, bien para medrar o tal vez para evitar sobresaltos.

Me recordó aquellas palabras de Zaratustra, cuando dice que si no se puede amar, es mejor pasar de largo… porque cuando no hay amor, corremos el riesgo de que el resentimiento, la amargura o el odio, se apoderen de nuestra alma, corrompiéndola como si fuese un yogur caducado.

Cambiar de aires, si estos son demasiado opresores, puede ser una forma efectiva de volver a respirar, de ampliar horizontes y de abrir nuevos caminos, de adoptar una mirada diferente sobre los mismos temas que nos ocupan, una y otra vez.

En aquel tiempo de desarrollismo, había poco margen para la poesía: - Se hace camino al asfaltar – decían los tecnócratas. Mientras crecía un clamor incontenible hacia la libertad.
La democracia triunfó, no sin dificultades, y empezaba una nueva etapa, con la Unión Europea en el horizonte y el marco de la Constitución como instrumento de renovada convivencia. Los viejos rencores pasaron a un segundo plano, para darle una oportunidad a las jóvenes generaciones.

Un error frecuente en los humanos, es creer que las conquistas son permanentes e irreversibles. Nos olvidamos del proceso que ha llevado hasta ellas y solo nos quedamos con lo conseguido, que hacemos nuestro con suma facilidad, como un derecho vitalicio. Y lo reclamamos con exigencias. Pero ya Goethe decía: - "Lo que habéis heredado de vuestros padres, volvedlo a ganar a pulso, o no será vuestro"

Somos olvidadizos, volubles e inconstantes… ¿Qué decía? Ah, si, que es preciso luchar por lo que tanto nos ha costado conseguir. No solo a nosotros, sino a todos los que nos han precedido. Nos legaron cosas valiosas con la condición de que íbamos a cuidarlas y mantenerlas. Eso de vivir de rentas no está hecho para justificar la desidia y la apatía, que acaban por desvirtuarlo todo.

Ahora que el ambiente se vuelve por momentos asfixiante, no podemos irnos y airearnos un poco, por falta de recursos. Ante tantos egoísmos, estupideces y la irresponsabilidad de aquellos que provocan conflictos en lugar de resolverlos… Yo a veces sueño que soy un traductor en la ONU.