Plano en el que se puede observar cómo concebía el arquitecto Claret aquel tramo del nuevo Mahón (Archivo M. Caules).

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Hoy se cumplen siete días, que intentaba transcribir la semana de Pasión de mi infancia. Fue en la tienda de comestibles de na cadireta coixa, que se armó un revuelo con el tema, todas, me refiero a este grupo de clientas que coinciden a la hora de ir a comprar la leche, el pan fresco y estas cosas que siempre se precisan en el momento de cocinar y que tan agradable resulta el que te atiendan de una manera personalizada, no estoy en contra de las llamadas grandes superficies, los tiempos han cambiado y debemos acatarlo, pero no confundir los términos. Una cosa es acotar cap i fer amén y otra, añorar aquellas entradas en las plantas bajas de muchos domicilios particulares que convertían en lechería o verdulería, mientras otras transformaban en tienda de coloniales. Al recordarlo, Quica y el resto de mujeres des lloc de sa figuera del término de Trepucó, la emoción nos embarga, no podía ser de otra manera. Las pacientes tenderas, atendían en plan fraternal, encontrando respuesta a infinidad de preguntas a veces muy intimas, siendo escuchadas. Se compraba fiado, sa botiguera tras haber hecho en un pedazo de papel la corta o larga suma, la pasaba al cuaderno, conocida per sa llibreta des negres, en lo alto el nombre de la clienta, a continuación día tal, pesetas tantas, hasta llegar el momento que podía hacer borrón y cuenta nueva. Desgraciadamente, muchas se fueron al otro mundo sin haber podido liquidar las deudas.

Que conste que no todas eran auténticas deudoras, las hubo, que el encontrarse apuntadas les dolía profundamente demostrándolo el ir abonando la deuda poco a poco, otras, tan panchas, pasaban olímpicamente. Siempre hubo es mals pagadors.

Volviendo a lo que debía ser el tema de la presente y que por hacer un canto de alabanza a las antiguas tenderas, que a buen seguro algún tenderete habrán montado allá en los cielos, continuaron halagando los recuerdos de la Semana Santa de nuestra infancia y juventud. Les encantó, el tema confesiones, las promesas en las procesiones y los paños con que cubrían las imágenes. También coincidimos con que nada tiene que ver los duelos de antaño con los actuales. La moda viste a las mujeres de negro, para cualquier ocasión, fiesta, diario, vestir, sport y en un momento tan importante como la de acudir al sepelio, los familiares presiden el mismo con cualquier vestimenta y color, poquísimas de oscuro. No todos respetan el acto.

Fue Praxedies la que relató, que una de aquellas Semanas Santas, en que su familia se encontraba de dol una hermana de su padre recién fallecida, les privó, de comer formatjades. Así era la cosa.

En Menorca, el ritual del luto se vivía con auténtico dolor para unos y el que dirán para los otros. Tan pronto llegaban de enterrar a su familiar, se cerraban los porticones de la vivienda, especialmente ses que donaven en es carrer. Pasadas de ocho a doce semanas se ponían en pont. Tan solo dejaban entrar la claridad del día las que miraban en los patios, pero no las que daban a plena calle. Los receptores apagados, lo que significaba que de música ni hablar. Callados estarían los gramófonos y de encontrarse en la familia algún músico, guardaba el instrumento dins s'armari i 'sanseacabó'. Con la llegada de la televisión en 1960, se rigió con la misma modalidad. La vieja costumbre de cantar a la hora de lavar, fregar suelos o platos, se vio interferida por el duelo, ni tan siquiera tatareaban. Decir que el Jueves y el Viernes Santo se regían el mismo protocolo. Los cines tan solo ofrecían películas de temas litúrgicos, lo que se conocía por La Historia Sagrada, que también conocían los niños, asignatura que se daba desde el primer eslabón de la enseñanza.

El tema culinario, como el musical se resentían, de estar en periodo de luto, se dejaba de ir al horno con los peroles y mucho menos con ses llaunes, con las pastas típicas de empanadas de carne, de requesón al estilo Ciudadela, crespells de moniato, conserva, suquet, flaons de queso . La pasta de estas especialidades se elaboraba con manteca de cerdo, lo que las hacía prohibitivas en aquellas fechas. Nuestras madres recurrían a la masa con aceite y el zumo de naranja. Rubiols de espinacas, pasas, piñones. Cocas tapadas con el mismo relleno. De ahí que tras tanto pescado y verduras como ya mencioné, el sábado de gloria fuera un placer desayunar de una empanada con un tazón de chocolate Ana, de la casa Lloberas, aquel que por la Radio Menorca se escuchaba el eslogan. De todas maneras, chocolates Lloberas. Cada mañana, desayunos Ana.

Los mayores remataban la merienda con un café con leche des bo. Si nuestros abuelos y padres observaran el adelanto de las actuales cafeteras, tan sofisticadas, enchufadas a la red eléctrica, elaborando el negro liquido con tan solo depositarle una especie de cápsula. Añade Apolonia, la hija d'en Xec xua, que no es este adelanto el que más le agrada, en ello coinciden Praxedies y sus muchachas. La cafetera de rosca, la conocida como italiana, es insuperable y que tantas se vendieron en Andorra, cuando la moda marcaba ir de compras y llenar maletas y más maletas, cargados de encargos para unos y otros. Una especie de contrabando, visto por los guardias de la frontera, no siempre hacían alto, en infinidad de casos feien passa tu, passa jo. Fueron momentos que se dio a conocer otra clase de menaje a precios muy económicos a la vez que novedosos; el acero inoxidable y el duralex.

Dice el mayoral que muy bien por recordar los platos transparentes, y las bandejas y cacharros de inox, pero no deberíamos olvidarnos de los transistores de todos los tamaños, relojes de pulsera, para toda la familia, ropa de cama, toallas casi, casi regaladas, ni en Portugal. Incluso algún osado se atrevió con un televisor. Y tantísimas cosas que no voy a citar para que no se me enfade el filatero, según él, la cosa no ha prescrito y no me vayan a denunciar como candidata para estrenar el gran hotel Rue Sant Lluís.

Efectivamente, todo cambia, como escribí en el titular. Las campanas de las parroquias dejaron de repiquetear al viento, los sábados de gloria, era una gozada. ¿Adónde estarán aquellos niños y niñas, llegados de otras barriadas, en improvisada procesión, a la buena de Dios, repiqueteando con dos tapaderas de viejas cazuelas, el consabido… Rata pinyada, surt des niu, que el bon Jesuset ja és viu, y plan, rataplan, plammmmmmmm?

Aquella vez se me dio permiso, no podía ser de otra manera, Asunción Serrano, algo mayor, se haría cargo, pero continuaba con sus calcetines cortos, lo que no debía pasar de los once o doce años, sus hermanos, Paco y Conchi, otros niños del cuartel de la guardia civil y seguro que alguien me dejaré sentadito en su portal, no recuerdo nadie más, partimos tras la columna infantil. Si los que vuelan se les hace el bautizo del aire, tal cual me sucedió al recorrer un Mahón que no había visto jamás. Y mucho menos sin ir cogida de la mano de mis padres.

El trayecto fue paseo de la Miranda, bajada por la cuesta del mismo nombre que llegaba al muelle, frente lo que había sido la vieja barriada de San Pedro, todo derrumbado, montones de escombros, piedras y tierra, para llevarse a cabo la nueva urbanización para subir a la ciudad, quién iba a decir que hoy en día en pleno siglo XXI, continúa siendo bajada. Pasamos frente los talleres "Palaa" subiendo la cuesta del General, saliendo a la antigua calle de San Cristóbal (Isabel II), unos pasaron por la de San Jerónimo, otros por la de San Jaime, pero todos nos encontramos en la plaza de San Francisco, subiendo por la de los Frailes, Raval, San Roque, Nueva, Arravaleta, delante del Carmen, de nuevo por la Miranda, al ver la de San Sebastián y la plaza de San Roque, di un suspiro de alivio, tan solo contaba con seis años, para mí representaba la vuelta al mundo. Llegué cruixida i morta des cansament. Apenas pude subir la escalera de can Gori. Ni tan siquiera comí, mamá Teresa, mientras cubría mi cara de besos, repitiéndome que era una niña mayor y preguntarme si había xalat, me puso el camisón y me metió en la cama, dormí hasta la noche. Al despertarme lo primero que pedí fue por mi montón de papeles de caramelos que había ido recogiendo, en el trayecto matinal, me esperaba una ardua tarea, debía alisarlos uno por uno, ponerlos en orden por colores y guardarlos en una de aquellas cajas de cartón, que tenia amontonadas en la parte inferior del armario amb vidres.
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