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Las deudas pesan, la historia pesa, la tradición pesa y el sentimiento pesa todavía más. Europa se enfrenta a una difícil encrucijada que le obliga a plantearse si se puede avanzar hacia el futuro con el lastre de una organización territorial y política heredera de su rico y complejo pasado. Un minimalismo obligado por la escasez de recursos quiere presidir el rediseño de la Vieja Europa y sus diseñadores, allá por Estrasburgo, recomiendan que el tejido municipal se aligere. La propuesta ha sido acogida de manera favorable, posiblemente más por necesidad que por gusto, por países como Alemania, Italia o Grecia. En España las reticencias son muchas, sobre todo entre la clase política. También en Menorca donde la lógica matemática y el sentido común apuntan a lo excesivo de contar con ocho ayuntamientos, un consell y alguna que otra delegación autonómica y estatal. Sin embargo, se impone el temor de que la identidad propia de cada pueblo se difumine si desaparece la Casa Consistorial de turno. Y con el temor se aleja la posibilidad de que los recursos se destinen a lo que realmente importa y se acerca el abismo de hasta cuándo nos demoraremos en darnos un nuevo orden de prioridades que logre apuntar hacia un tiempo mejor para todos y para todo.