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La crisis económica y de valores que nos tiene sometidos a una angustia permanente está dejando muchos daños colaterales. Esto provoca una mezcla de sentimientos que llevan a la indignación, rebeldía, desconcierto, impotencia... y a buscar a los culpables que nos han cambiado el escenario en el que vivíamos. Errar hoy supone una dura condena, porque en poco tiempo se han cometido demasiados fallos en todas las esferas. Además, esta falta de acierto ha coincidido, y mezclado, con un serial de delitos y corrupción que parece no tener fin. Caminamos por un terreno abonado para que un chispazo derive rápidamente en un incendio, porque las malas hierbas inundan el bosque. En definitiva, se ha declarado el estado de crispación.

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Volvamos a la acción de errar a la que todos estamos expuestos ("Si no te equivocas de vez en cuando, es que no lo intentas", Woody Allen). La clave es cómo nos enfrentamos a esta debilidad que, queramos o no, nos acompañará durante toda nuestra vida como parte consustancial que es del ser humano. Podemos negar la evidencia. Como receta, recurramos a los clásicos: "De hombres es equivocarse: de locos persistir en el error" (Cicerón), "El hombre que ha cometido un error y no lo corrige comete otro error mayor" (Confucio) o "Un error no se convierte en verdad por el hecho de que todo el mundo crea en él" (Gandhi). Pasemos al otro lado, aprender de los tropiezos: "Tu mejor maestro es tu último error" (Ralph Nader) o "Un hombre nunca debe avergonzarse por reconocer que se equivocó, que es tanto como decir que hoy es más sabio de lo que fue ayer" (Jonathan Swift).

¿A donde nos lleva todo esto? Al principio. Si hay delitos y faltas, que actúe la Justica. Para los errores, está el propósito de enmienda y afrontar las consecuencias con responsabilidad y dignidad.