El cineasta Fernando Trueba, en Palma.

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Trueba es sinónimo de cultura y, sobre todo, de cine. Por ello, no sorprende que Fernando Trueba haya sido el invitado de honor del Evolution! Film Festival, donde este jueves se le hizo entrega del Honorary Award. El cineasta, además, presentó su nueva película, El olvido que seremos, adaptación de la novela homónima de Héctor Abad Faciolince. El filme rememora al padre de este autor, asesinado en Colombia por sus ideas políticas. Javier Cámara es el protagonista de una cinta guionizada por el hermano del realizador, David Trueba, y de la que Fernando muestra su satisfacción por adaptar una novela que le encanta, «el libro que más veces he regalado».

¿Contento de volver a la Isla?

—Yo soy feliz en Mallorca. Aquí me siento en casa. Ya venía con mi mujer cuando tenía 20 años y pasábamos tiempo en Sa Ràpita o Andratx, y en Sóller rodé mi segunda película, Hasta que el cuerpo aguante, que no la ha visto casi nadie (risas).

¿Cómo surge la opción de adaptar la novela de Abad Faciolince?

—Yo ya conocía el libro y, de hecho, lo había regalado a gente muy querida, como mi madre. Es muy raro que te ofrezcan hacer algo que te interesa, pero en este caso no solo fue eso, sino que fue un libro que me interesaba. Aunque al principio me negué porque veía imposible adaptarlo al cine, al final dije que sí y me alegro muchísimo de haber cambiado de opinión. Además, mi hermano David hizo la adaptación y fue una suerte para la película y para mí.

¿Cómo se suma su hermano?

—Pues es un hombre tan ocupado que hace tiempo que tiré la toalla de trabajar con él y me conformo con cenar juntos y comentar la vida de vez en cuando. Así que le ofrecí al autor coescribir el guion conmigo, pero me dijo que no por dos razones: ni sabía nada de guiones ni se veía capaz porque el libro tardó 20 años en poder escribirlo. De modo que, al final, se lo propuse a David, que estaba libre.

¿Y cómo decide que Javier Cámara ha de ser el protagonista?

—Cuando decidí hacer la película lo primero que pensé fue: qué pena que Javier Cámara no sea colombiano, porque pensaba en él para el papel porque había una serie de cosas que encajaban muy bien. Tras hacer un cásting, en el que vi a actores muy buenos, me dije: Javier puede hacerlo. El resultado es un trabajo finísimo, no solo poniendo el acento colombiano de Medellín, sino que habla exactamente como hablaba aquel hombre. La familia estaba enamorada.

¿Y qué tal es trabajar junto al autor mismo de la obra?

—Héctor es respetuosísimo. Me dijo que para no darme el ‘coñazo' se iría unos meses a Europa, pero tuvo que volver por temas personales a Colombia y le invité a venir a los rodajes. Para mí es muy duro hacer la película con el autor al lado, pero me di cuenta de que mi compromiso no era ser fiel al libro, sino con el cine. Ese es el primer deber de muchos de quienes hacemos películas. El cine no es para transmitir ideas o conceptos, no habla de cosas, sino que transmite emociones y sentimientos. Y en este sentido me sentí muy liberado a la hora de hacer la película.

¿Tiene algún ejemplo de esa libertad creativa en este filme?

—Pues hay partes de la cinta en blanco y negro, y otras en color. Esto se debe a que cuando imaginaba la película yo la veía así en mi mente. Y no me atrevía a decírselo a los productores porque no sabía si lo iban a entender o cómo se lo iban a tomar. No quería tener que luchar por ello porque yo, cuando veo una lucha, me voy (risas). Cuando se lo dije me contestaron: Perfecto, haz la película como creas que has de hacerla. Da gusto trabajar con gente así.

¿Cuál es la clave para hacer una buena adaptación?

—No hay una porque cada libro te exige cosas distintas y depende de la película que quieras hacer. Por ejemplo, siempre digo que la adaptación que hizo David de Soldados de Salamina debería estudiarse en escuelas de guion por cómo deconstruyó el libro previamente a la construcción del guion. No se trata solo de trasponer, sino de mucho más. Un libro y una película tienen texturas muy diferentes.

Y en cuanto al Oscar, usted que lo ganó en 1993, ¿cree que hay alguna fórmula?

—Si se supiera cómo ganar un Oscar la gente se dedicaría a ello todos los días por la mañana y ese sería su trabajo (risas). Yo he estado dos veces en los Oscar, primero por Belle Époque cuando la favorita era una película china y nadie pensaba que ganaríamos nosotros. Solo una persona me dijo que conseguiríamos el Oscar y fue alguien a quien admiro y adoro: Billy Wilder. Luego volvimos con Chico y Rita y éramos los favoritos, pero acabó llevándoselo una película de la Paramount. Al final, cómo ganar un Oscar no lo sabe ni Meryl Streep, que tiene no sé cuántos (risas).

¿Qué consejo le daría a los cineastas jóvenes?

—Yo consejos no doy porque de joven no me gustaba que me los dieran a mí. Sobre todo porque en mi época eran más órdenes que consejos. Pero sí les diría que todo el mundo tiene derecho a soñar con lo que quieran soñar, ya sea ganar el Oscar o bombardear Iraq, pero si hacen películas que sea siempre con amor y pasión al cine. Tienen que verlo como la canción de Leonard Cohen Tower of Song. Los que hacemos películas trabajamos en un muro en el que están Truffaut, Keaton, Renoir, Wilder, etcétera, y debes contribuir a ese edificio en la medida de tus posibilidades. Yo, por ejemplo, siempre que hago una película intento que no se tengan que avergonzar de mi mis familiares y amigos.