Este jueves, 13 de octubre, es un día más singular que de costumbre. Tal día como hoy de hace cincuenta años exactos tuvo lugar un accidente aéreo en la gran cordillera que cruza América del Sur prácticamente de punta a punta. Como pocas veces sucede, tras la violenta colisión con la tierra hubo supervivientes. Pero entonces, en 1972, el mundo no era el mismo que ahora. Las tareas de búsqueda en mitad de un gigante montañoso nevado a perpetuidad se demoraron más de la cuenta y un grupo de personas vivió una extraordinaria transición, de la tragedia al milagro de los Andes.
El accidente del avión 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya fue llevado a las pantallas hace ya bastante tiempo, en 1993 con¡Viven!. Es quizás a través de esta adaptación cinematográfica que muchos más conocen lo que le ocurrió a algunos integrantes del equipo de rugby Old Christians Club, que junto con algunos familiares, simpatizantes y amigos así como otros viajeros integraban el pasaje de poco menos de medio centenar de personas.
La aeronave partió de Montevideo (Uruguay) y debía aterrizar en Santiago (Chile). Según los reportes oficiales el copiloto del Fairchild FH-227D, al mando del aparato en ese instante, creyó haber llegado a un punto determinado del trayecto, y en contra de lo recomendable según la información aportada por las lecturas de los aparatos comenzó un descenso que culminaría en tragedia. En esa errónea y a la postre fatal decisión algunos inculpan también a los controladores aéreos chilenos. En cualquier caso, lo cierto es que en plena maniobra de aproximación para aterrizar el avión impactó contra una montaña. Claro está, los daños causados fueron importantes, perdiendo el avión ambas alas y la sección de cola. El resto de la aeronave quedó desperdigada en casi un kilómetro de distancia, antes de chocar brutalmente contra un glaciar.
A más de 3.500 metros de altura y sin apenas forma de protegerse del gélido frío, una docena de personas murieron entre el choque y los días inmediatamente posteriores al siniestro. Buscar el fuselaje blanco sobre la nieve era tan difícil como encontrar una aguja en un pajar, y a la semana las tareas de rescate se cancelaron. Muchos daban a todos los viajeros por muertos, pero la historia fue aun peor. En los setenta días restantes murieron una docena de personas más, y los supervivientes, ante la inexistencia de alimentos de ningún tipo a su alcance, se vieron obligados a nutrirse de sus cadáveres para seguir con vida. Esperando un rescate que tal vez no llegaría nunca, a veces con esperanza y otras sin albergarla en absoluto.
Pero el milagro al completo se produjo dos meses después. Dos miembros de la infortunada expedición, Nando Parrado y Roberto Canessa, ascendieron un pico de 4.650 metros sin equipo especializado de montañismo y caminaron durante días hasta cruzar a pie a territorio jurisdiccionalmente de Chile. El 23 de diciembre de 1972, como una Nochebuena avanzada y 72 días después del accidente, 16 personas fueron rescatadas con vida de una de las peores pesadillas que se recuerdan en las montañas de todo el mundo.
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