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¿Sabes? Ha llegado ese momento. Sí, sabes de cuál te hablo. Esa época del año en el que los días se resisten a partir y las noches no terminan de llegar. Ese periodo en el que la cerveza en la terraza sabe mejor que nunca y las bravas entran de vicio sea la hora que sea. En realidad eso pasa todo el año, para qué engañarnos...

Pero sí, la primavera no solo ha llegado, ha echado raíces y amenaza con regalarnos una época en la que los problemas son menos problemas y las alegrías valen el doble o el triple. Por la empatía, claro, esa habilidad que tenemos de empaparnos de lo que nos rodea, para lo bueno y para lo malo.

También ha llego esa época de alergias, que son como la alegría pero con una ‘erre’ corrida. Y lo siento, os compadezco, aunque la fortuna quiso darme alergia a cosas raras con las que poco o nada me cruzo en el día a día. Pero sé, por lo que me cuentan, que se pasa jodido. Lo siento.

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Pero como te decía, ese momento ha llegado. Las terrazas se desperezan con una mezcla de alegría y apatía porque saben que lo que no quieran ganar hoy, lo ganarán mañana. Y tampoco hay demasiada prisa, ya llegará julio y agosto para que todos nos estresemos, nos encabronemos y añoréis -yo no, te lo aseguro- el otoño y la calma.

Los meses de abril y de mayo son un puñetero regalo. Para mí es el premio al esfuerzo que se hace el resto del año. Son dos meses con sus 60 oportunidades de soñar que este clima y estas horas de luz se quedan para siempre. Que tampoco pasaría nada...

Y todo huele a pizza. Y cualquier plan huele a barbacoa, o a paella, o a vete tú a saber qué pero rodeado de los tuyos, recordando lo que de verdad importa mientras lo banal y lo insustancial se hace pequeño. Y los brindis, esos brindis cargados de sueños que luego se lleva el viento y el tiempo, pero qué felices somos durante esos segundos en los que por un momento estamos convencidos de que este año será diferente y haremos todo lo posible para que no caigan en un saco roto. Y, sin embargo, caen.

Bueno, te voy a dejar porque estoy en mitad del puerto de Mahón, me esperan para tomar un helado, el sol está cayendo en una tarde de viernes mágica y pocas veces me ha apetecido tanto dos bolas de pistacho y un rato de tertulia tonta y paseo. Porque eso, te lo aseguro, es delicioso.