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Cuando el pasado 26 de abril visitamos Guernica, desconocíamos que ésa era exactamente la funesta fecha en que la población fue atacada en el año 1937 por la aviación alemana e italiana en apoyo a los sublevados franquistas. No lo sabíamos y era difícil de intuir porque cuando llegamos, aquel viernes por la tarde, en la localidad vasca reinaba un impresionante ambiente callejero y festivo. Preguntamos a un grupo de niños de unos doce-trece años por el árbol.

-¿El sagrado?

Nos acompañaron entusiastas, nos enseñaron el viejo roble y el nuevo y nos contaron que aquel preciso día se celebraba el 87 aniversario de la bonbardaketa. Con su simpatía y desenfado juvenil nos dijeron lo que sabían, como por ejemplo que la iglesia no fue bombardeada porque servía de punto de referencia para guiar las incursiones aéreas.

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-¿Queréis ver los túneles donde se oyen las sirenas? Están donde los ancianos juegan al póquer...

Y allí fuimos con ellos, en silencio. Un pequeño búnker donde se reproducen los avisos de alarma antes de la llegada de los aviones asesinos y un vídeo reproduce el momento y muestran imágenes de la destrucción ocasionada. Unas sirenas que convocan lágrimas de pena, porque son Guernica, pero también Gaza, Ucrania y tantos otros lugares de la tierra amenazados y sacudidos por el terror y las bombas.

-Fueron -dijo uno de aquellos chicos estupendos- los alemanes y los españoles porque no les gustaban los vascos y el euskera...

Y es que en la memoria histórica, el diablo está en los detalles.