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El careto de Pedro Sánchez el miércoles en el Congreso no pasó desapercibido. Estaba, literalmente, roto. Horas después, la carta que dirigió a la nación dejó entrever una profunda crisis personal, familiar y, por extensión, institucional. No ha tardado cierta parte de la población en echarle más mierda encima. Porque Sánchez ha demostrado a lo largo de estos años ser un saltimbanqui profesional, el gato que siempre cae de pie, el ave fénix capaz de resurgir de sus cenizas una y otra vez. ¿Será verdad que todo tiene un límite?

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Es difícil saberlo, conociendo al personaje. Yo sí creo que el presidente tiene un sincero interés en llevar a este país al siglo XXI, emparejarlo con las naciones más prósperas y democráticas de Europa, darle el empujón definitivo que necesita para dejar atrás la basura acumulada desde hace cien años. Quizá para tirar de semejante carro pesadísimo haga falta ser un superhombre, un tipo duro, insensible y sin escrúpulos, que anteponga su misión y su destino a todo lo demás.

¿Es Sánchez ese tipo? La derecha, la ultraderecha y millones de ciudadanos creen que sí y que haya pactado con los independentistas lo demuestra. Un visión pueril de la realidad política del país. Si se trata de corrupción nadie puede hablar muy alto, porque la porquería les salpica con la misma intensidad a unos y a otros. Tal vez sea cierto que existía un pacto de no agresión familiar, una línea roja que se ha roto al señalar al novio de Ayuso y cuya reacción sea esta de atacar a la mujer del presidente. Hay nervios en la derecha, el subidón de Bildu les ha puesto tensos. Veremos qué ocurre en Catalunya. No era este el escenario que deseaban. Habían conseguido borrar a Podemos y querían más.