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Josep M. Quintana acaba de publicar L’afortunada vida de Martí Olivar, en la Nova Editorial Moll de Palma de Mallorca. La novela cuenta la vida de Martí Olivar, un negrero natural de Maó que hace fortuna en la Cuba del siglo XIX y repasa su vida cuando ha conseguido alcanzar el prestigio social. La novela se presenta bajo la etiqueta de novela histórica, y Quintana demuestra su maestría en ese campo. Pero sus escenarios variados, sus personajes ambiciosos y la descripción de gentes y paisajes exóticos la convierten en cierto modo en una novela que participa de la acción y la aventura, lo que a mi entender la hace aun más apetecible.

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No sé si la lección que nos da el autor es el retrato de una ambición, la falta de escrúpulos ante la voluntad de prosperar o la lucidez a la hora de describir una época histórica en la que aún perduraba la esclavitud, cosa que como buen historiador se le supone. Diría que el reto que se ha planteado Josep M. Quintana al ponerse a escribir novelas es el de sortear el abrupto trayecto entre la historia con mayúscula y la narrativa. Un reto que afronta con una valentía encomiable. Ha escrito varias novelas de este tipo: «Els Nikolaidis», «Els herois de la nit», «Ningú no pot enganyar els morts», etc. Ya puede decirse que resulta un narrador prolífico con media docena de novelas publicadas en una docena de años, como si fuera en busca del tiempo (de narrador) perdido, que no lo fue, puesto que sus libros de historia son clarividentes. Puede decirse que es un hombre de prosa fácil, clara como el agua cristalina que –y ese creo que es su mejor mérito como narrador— penetra con facilidad en la psicología de los personajes y describe peripecias novelísticas cada vez mejor aplicadas a los datos históricos de cada momento. Al fin y al cabo, supongo que este era su objetivo, contar la historia como una novela.

Tengo algunos recuerdos personales de la biografía del autor. Hubo un tiempo en que se formó en el seminario de Ciutadella, que en los años sesenta aún estaba atiborrado de seminaristas, jóvenes que cuando salían a pasear por la ciudad (levítica) le daban un colorido particular, entre severo y alegre, pero creo que Quintana fue siempre más alegre –irónico— que severo. Le recuerdo también como profesor del IES Josep M. Quadrado, tenía una pluma muy bonita, y una letra preciosa. También recuerdo su etapa de registrador de la propiedad, y la vez que trajo a mi casa un Baltasar Porcel ya enfermo, pero nunca vencido.