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Creo que hoy se votará en el Congreso la ley de amnistía, que si siempre fue un asunto de lo más desagradable, entre el secretismo y la tabarra mediática, en las últimas semanas y tras las sucesivas colisiones de órganos, instituciones y poderes del Estado (el legislativo, el ejecutivo, el judicial y el meramente aullador), convertido en un pimpón insufrible de medidas y contramedidas, blindajes por aquí y voladuras judiciales del blindaje por allá, se había vuelto tan insoportable que ni sabemos qué se votará finalmente, ni me importa lo más mínimo. Imposible determinar qué urdirán en el último minuto los beneficiarios de esa ley, ni cuántos serán exactamente, ni si el Gobierno lo acepará todo, ni tampoco si el magistrado García-Castellón del ‘caso Tsunami’, instituido en la última defensa y baluarte inexpugnable contra la amnistía, tras descubrir que presuntos terroristas «pudieron tener en mente una acción contra el Rey», tendrá tiempo todavía para desbaratarlo todo legalmente.

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Cuando las instituciones se salen de sus órbitas y empiezan a colisionar, la bruma de los marrulleros oculta el sol y ahí puede pasar cualquier cosa. En el ping-pong institucional (o pimpón), si tú te blindas yo te bloqueo, la zarabanda de marrullería abarca todo el ámbito de las decisiones. Fíjense que hace días hasta llegó al ámbito de la educación, un campo de batalla tradicional donde nuestros poderes institucionales suelen dirimir sus diferencias. Acaso exaltado por la amnistía, el líder del PP inició una gresca pedagógica colateral, y tal vez para desactivar futuros secesionistas, propuso unificar la Selectividad (la EBAU) en las comunidades autónomas que controla. Ya lo intentó el PP hace años, su afán unificador es legendario, y aunque no le salió, mira por dónde ahora, tiempo de colisiones institucionales, les ha parecido momento propicio. O tan sólo contraatacan por lo docente, ya que el presidente Sánchez, tras los tristes resultados de Informe PISA, propuso impulsar las matemáticas y el lenguaje, ignoramos qué significa eso en lenguaje corriente. Tal vez nada, salvo que la educación, asquerosamente digitalizada por cierto, es el terreno habitual para estas colisiones institucionales. La guerra de las instituciones, que hoy alcanza su máximo apogeo en el Congreso.