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Vale más perder un minuto en la vida que la vida en un minuto. Eso fue lo que me dijo una vez María Antonia, la mujer de Matías Quetglas, el pintor de Ciutadella afincado en Madrid, cuando el tráfico no nos permitía llegar a tiempo a una entrevista. Supongo que esto vendría muy a cuento ahora mismo, cuando acabamos de pasar un largo puente en el que nunca faltan los accidentes. Resulta incomprensible: si disfrutamos de unos días de asueto, a qué queremos eternizarlos con la muerte. En la muerte no hay vacaciones. No podemos volver a la vida por unos días, mientras pasa el puente festivo. No hay marcha atrás. Por no hablar de los accidentes que dejan secuelas físicas, como quedar paralítico por un minuto de velocidad inadecuada. Claro que los accidentes pueden ser debidos a causas inevitables, pero no podemos enfrentarnos a lo inevitable.

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Las carreteras por las que yo circulo normalmente no son autopistas, pero nadie lo diría, a juzgar por la urgencia de los conductores que me adelantan de modo indebido cuando en realidad voy al límite de la velocidad permitida. Entonces pienso, qué mosca le habrá picado, si hoy es domingo, no tiene que ir al trabajo, si está de puente o de vacaciones de verano… Lo curioso es que, un par de quilómetros más adelante, me encuentro con el mismo coche haciendo cola en la gasolinera, o detrás de la caravana que se forma siempre por un motivo u otro. Y luego, ¡zas!, se merienda tres coches de la caravana, y luego tres más, y tienen que hacerle un hueco porque no hay espacio suficiente, y viene otro coche y, ¡pumba!, de Madrid al cielo. Muy bien, pero no en coche accidentado.

El año pasado murieron 1.145 personas en accidentes de tráfico. Una de cada cuatro no llevaba puesto el cinturón de seguridad. Hubo 4.008 heridos graves. Donde más accidentes hubo fue en carreteras, en una proporción de cuatro a uno respecto de las autopistas. Muchos se salieron de la carretera, bastantes viajaban en moto, uno de cada diez eran peatones, medio centenar eran ciclistas, doscientos tenían más de cincuenta años. Por cierto, las Balears ni siquiera aparecen en las estadísticas. Entonces, yo me pregunto, para qué correr tanto si ni siquiera vas a salir en los recuentos. Para qué ganar un minuto corriendo a toda pastilla si vas a quedarte tieso, sin poder dar paso, o para colmo quemado en una urna sin un solo minuto de gloria. Ah, y por qué me llamas mamón, dicho sea de paso, y me pegas un bocinazo de padre y muy señor mío…