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Si frecuentas esta columna ya sabrás lo que pienso del esfuerzo, del trabajo y de la constancia. Creo que los resultados no son más que la consecuencia del tiempo que dedicas a lograr lo que te propones. Lo creo y me lo aplico. Sobre todo, cuando me voy a correr carreras más largas y más duras de lo que recomendaría la mayoría de médicos -y psiquiatras-  en las que poco o nada se consigue si antes no has entrenado mucho y bien. O bien y mucho, como prefieras.

Por eso ahora tendría que criticar la iniciativa que se impulsa de amnistiar a los que suspenden alguna asignatura para que pasen de curso. Pero no, hoy no, lo cierto es que empatizo con ellos. Yo también fui carne de la ESO. Bueno, en realidad, carne de la desidia, el pasotismo, la falta de interés y la poca motivación que me suponía abrir un libro. Fui un gran adolescente, pero un mal estudiante. Me divertí todo lo que quise a costa de coleccionar notas rojas de mis profesores en la agenda, puntos negativos y, consecuentemente, algunos suspensos.

Si miro atrás, la verdad es que no me puedo quejar. No me ha ido mal. El futuro que me esperaba entre ‘insuficientes’ y ‘trabajos no presentados’ no era para nada esperanzador, aunque tampoco me importaba demasiado. Tuve la suerte de contar con una profesora, Cata, que descubrió en mí algo que iba más allá de las trastadas típicas de quinceañero y que la animó a empujarme hacia bachillerato y la selectividad, y una situación sentimental que hizo el resto.

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A partir de ahí me centré lo justo para disfrutar con suficiente intensidad la experiencia universitaria en Barcelona mientras los 5, 6 y algún 4 despistado se acumulaban en la estantería para acabar, en tiempo y forma, los cuatro años necesarios que me llevarían a estas páginas, a esta columna. A partir de aquí me han pasado un montón de cosas, muchas de las cuales me he trabajado y ganado consecuentemente. Otras ni me las esperaba y a veces incluso dudo de que las merezca. Aunque la verdad es que cada vez que consigo algo que es fruto del esfuerzo, la disfruto todavía mucho más.

Y me lo sigo pasando muy bien, aunque ahora no sea carne de la desidia, el pasotismo, la falta de interés y la poca motivación. Más bien todo lo contrario. Y todo porque alguien, en algún momento, apostó por mí cuando lo fácil hubiese sido no hacerlo. Porque quizás el problema no pasa solo ni por el alumno ni por el profesorado sino por el modelo de sistema educativo.

dgelabertpetrus@gmail.com