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Fue Rodríguez Zapatero quien nos enseñó a vivir desorientados cuando en la crisis de 2008 hablaba un día de «brotes verdes» y al siguiente del camino «duro, largo y difícil» que nos esperaba. Los sufridos administrados lo que posiblemente esperan de un gobernante, de un gestor eficaz, es que le diga las cosas claras, que no cambie de opinión a ritmo de encuesta, que cuando marque un destino enfile la proa, pero que no modifique el rumbo y los planes cada dos por tres. Eso ha pasado con las vacunas. No puedes asegurar que la AstraZeneca es totalmente segura y repetir el mantra de que los beneficios superan a los riesgos, y después reducir su inoculación a mayores de sesenta. Creo que en la salud no todo pueden ser estadísticas. Así pues, si una maestra de escuela de treinta y pocos años, sin patologías conocidas, sufre una reacción grave después de recibir una vacuna es un problema a tener en cuenta. Además, hay vacunas alternativas. Mejorando la gestión se pueden atender la prevención de la covid y la salud de las personas a vacunar, porque son cosas compatibles, en todos los casos.

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El toque de atención de la doctora Popel creo que ha sido positivo. Además de su opinión, los datos que aporta son una información necesaria que los ciudadanos han de poder conocer. Creo que los responsables de Salud no deberían esconder los datos sobre cuántas reacciones adversas ha provocado esta vacuna y su importancia, para que los ciudadanos, como adultos que son, puedan adoptar la decisión que consideren necesaria. Txema Coll, el coordinador del plan de vacunación, siempre lo ha explicado de forma muy clara: vacunarse es una decisión personal.

El objetivo del 70 % para alcanzar la inmunidad de grupo sigue estando muy alejado de la realidad próxima. Pero si decimos que mientras haya un positivo hay riesgo de oleaje, también será verdad que con cada vacuna el mar de la covid está un poco más plácido. Si el hospital llevaba ayer 24 días sin ingresos covid, hay que dar una oportunidad a la economía.