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¿Quién ha afrontado mejor la pandemia, los estados centralizados o los federales? Si la comparación se realiza entre Francia, prototipo del jacobinismo de estado fuerte y centralizado, y Alemania, donde los landers tiene amplia base competencial, el resultado es favorable con mucho a la segunda. La armonización de la seguridad sanitaria con la actividad económica ha sido mejor resuelta en el país liderado por Merkel.

España es un país unitario centralizado, un término medio entre ambos ejemplos, y en la crisis que vivimos ha tenido la oportunidad de decantarse hacia una posición u otra. El discurso de Pedro Sánchez traía música federal -también su sucursal de Palma entonaba esa melodía-, pero como nos ha acostumbrado a que dice una cosa y la contraria, hemos comprobado que efectivamente ha optado por la contraria, por centralizar la gestión 
-nacionalizar el caos lo ha llamado Ignacio Camacho- y poner a las comunidades autónomas bajo su mando único.

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El resultado ha sido tan malo o peor que el del vecino Macron, según datos objetivos y comprobados. Somos el estado donde el confinamiento -o arresto domiciliario como lo llamamos muchos- es el más severo del mundo y además no está funcionando. Hay 38.000 sanitarios que se han contagiado por no disponer de medios de protección adecuados. Somos el país con más fallecidos por millón de habitantes, hasta que la semana pasada nos superó el país donde vive de alquiler el fugado Puigdemont.

La gestión centralizada no ha sido capaz de proveer de material sanitario, empresas chinas e intermediarios han estafado al ministro Illa, quien ocupa la cuota catalana en el Gobierno y que lleva más de 30 años viviendo del cargo público. Han vuelto las sospechas de corrupción -que, como diría Iglesias, es cosa del pasado- hasta en la gestión de un asunto tan sensible.