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Hay situaciones injustas que merecen alzar la voz. Con el paso de los años y en esta nueva revolución social y económica en la que estamos inmersos, no han disminuido las causas que motivan protestas más que justificadas. La igualdad entre hombres y mujeres es una de ellas. A pesar de los enormes avances en las últimas décadas, todavía existen diferencias por género que no se pueden aceptar. Y la fuerza de esta reivindicación merece ser respetada y considerada como un motor de cambio.

Otra cosa es que se recurra a la huelga como un instrumento para expresar esta protesta. Hay espacios y tiempo más que suficientes para que se puedan escuchar con claridad todas las reivindicaciones justas. ¿Para qué hay que convocar una huelga? Disfrutar de un derecho es también un ejercicio de responsabilidad y no la reclamación de un regalo constitucional, que hemos heredado de generaciones anteriores. En mi opinión, se abusa de la convocatoria de huelga. Se causa un perjuicio innecesario a las empresas, se crea a veces un malestar entre los trabajadores que la siguen y los que no, y no existe una relación directa entre la inactividad laboral y la causa que la motiva.

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El derecho a la huelga necesitaría una regulación adecuada a estos tiempos, algo pendiente desde la Constitución. Su origen, al margen de anécdotas egipcias, se remonta a la revolución industrial y a la lucha de clases. Excepto la de hambre, que es una opción individual, las huelgas que no tienen un motivo laboral no me parecen una forma adecuada de conseguir un objetivo, porque se dirige contra alguien distinto a quien sufre las consecuencias. A la japonesa quizás tendría más sentido, cuando se trata de apoyar a una empresa para que supera un momento de dificultad.

Hoy existen leyes suficientes para hacer respetar los derechos de los trabajadores, órganos de intermediación, inspecciones y jueces. Por suerte las medidas de fuerza que antes eran útiles hoy se descartan. Aunque siempre habrá quienes las añoren.