Asociamos el otoño con la caída de las hojas. Decadencia que deja los árboles esquemáticos. Lluvia que refresca. Pero el árbol sin hojas no está muerto y su apariencia desnuda es tan provisional como el Gobierno en una democracia que funciona. La vida adopta múltiples formas, estaciones, paisajes, según el tiempo que hace y cómo nos afecta: o sombrilla o paraguas. No es nada aburrida ni monótona la existencia dedicada a una pasión que nos llena y conmueve. Es preciso evitar la mediocridad, huir del pasotismo. La vitalidad ama la belleza pasajera y es una fuerza interior que todo lo mejora. Pero a la belleza hay que contemplarla con respeto, en lugar de destruirla o explotarla. No es buena la prisa. Ni el egocentrismo enfermizo. Para disfrutar de los momentos felices hay que sosegar la mente, olvidarse de la política por un rato y escuchar esa voz interior que reconforta. La que nos impulsa a ayudar al samaritano. Si cultivásemos el arte de ser buenos como nos dedicamos a otros menesteres menos importantes...
Sin flash
Ha llegado el otoño
23/09/18 21:54
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