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El hombre (y la mujer) del siglo XXI está continuamente interconectado e hiperconectado. ¿Qué consecuencias tendrá esto para nuestra vida y costumbres? ¿Cambió el ser humano cuando se hizo conductor? ¿Cambió cuando aprendió a cocinar los alimentos? (Aunque algunos aún no saben) ¿Cambió cuando se hizo sedentario y en lugar de vivir caminando de aquí para allá se construyó una vivienda? (Mucho antes de las hipotecas y los desahucios)...

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Parece que ya se notan los efectos de la invención del Twitter, el Facebook, el WhatsApp… y más novedades que nos esperan. Porque ya no habrá vuelta atrás. El impacto sobre la comunicación está siendo apabullante. Un tuit vale más que mil palabras. Gracián estaría contento. Los que controlan las redes sociales nos tienen a todos enredados y lo que se gana en rapidez o inmediatez, ¡ay!, se pierde en reflexión o profundidad. Pensamientos superficiales con amigos virtuales.

El tipo predominante hoy en día se parece cada vez más al hombre-masa orteguiano, ese que grita más que escucha, el que se cree el centro del universo y comparte los mensajes pero no es capaz de compartir el tiempo ni el bocadillo. Por eso, no nos puede sorprender que aparezcan fenómenos nuevos, estrafalarios o inquietantes para una mentalidad tradicional, que ha sido educada en el respeto a ciertos valores o comportamientos. Ahora triunfa lo rompedor, iconoclasta, contestatario y «trending topic» o tema del momento.