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Algún día menguará el infantilismo galopante que padecemos, porque tanta dejadez e irresponsabilidad acabará por pasarnos factura. En una sociedad compleja, tecnológica y sofisticada como nunca, hay cada vez más gente egocéntrica que piensa que cualquier deseo es posible, o fácil, o gratis como una descarga de Internet. Por una curiosa paradoja que solemos olvidar, la educación y la cultura son inversamente proporcionales a la ligereza que se demuestra al hablar, al pensar o al actuar.

Simplificamos la realidad para combatir la dificultad de aprehenderla, y luego tomamos la simplificación como si fuese la realidad misma, para tranquilizar nuestra conciencia y poder agarrarnos a algo que nos parezca mínimamente sólido.

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Nos movemos en círculos cerrados de afinidades y fidelidades acríticas, para que nadie nos desmonte la teoría que por comodidad mental hemos adoptado. No digerimos bien otros puntos de vista. Prima lo visceral y abundan los traumas infantiles que avivan viejos fantasmas.

Todos se tuitean. Son amigos en Facebook. Se comunican por WhatsApp. Pero la superficialidad hace que no se actúe ni se tomen decisiones como un adulto. Es la psicología del niño mimado. Está bien que los niños fantaseen, construyan mundos imaginarios y estén exentos de responsabilidades graves mientras se están formando. Pero llegará un momento en el que si queremos vivir como adultos, no tendremos más remedio que crecer.