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Juego de niños con belicosidad desmedida en torno a una pelota, como ha sucedido toda la vida en los colegios, o agresión múltiple agravada por un proceso anterior de acoso escolar. El triste suceso en una escuela de Son Roca, sobre una niña de 8 años, sea por una u otra causa, ha propiciado un nuevo debate sobre el bulling en los centros escolares. Las denuncias de los padres en los juzgados, de un tiempo a esta parte, han propiciado la implantación de protocolos que deben prevenir y actuar sobre la crueldad de unos escolares con otros, aunque no acaben con ella.

La educación paterna es la primera medida preventiva para acabar con esta lacra que desprecia el respeto por los semejantes en función de una personalidad menos acusada o el aspecto físico, causa de mofas insoportables.

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El episodio palmesano, profundamente mediatizado por la resonancia nacional que ha tenido, debería ir mucho más allá del informe que ha elaborado la Conselleria de Educación. Asegura el Govern, tras dos semanas de investigación, que fue una riña sin malas intenciones en la que la niña resultó peor parada porque era la que se había apropiado del balón con el que habían jugado un partido de fútbol. Pero la expulsión de 3 y 5 días a los niños implicados se antoja un castigo insuficiente para que tomen conciencia de su mal comportamiento.

Estas conclusiones chocan con la actitud de la familia de la menor, empecinada en buscar otra resolución, por lo que se ha puesto en manos de un afamado abogado que, seguro, pedirá condenas e indemnizaciones.

Están en su derecho, a partir de la información que puede haberles servido la pequeña sobre su situación en clase y en el patio aquel fatídico día. En todo caso la más perjudicada va a ser ella misma, tanto si regresa al colegio como si sus padres la llevan a otro. Las secuelas físicas en su cuerpo -golpes y rasguños- quedarán en el olvido, no así el trauma armado a su alrededor al que está contribuyendo su propia familia.