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Donald Trump puede ser presidente si le votan sus compatriotas, aunque sea un impresentable, xenófobo, machista, políticamente incorrecto y mediáticamente escandaloso. Agitar el miedo a la inmigración es, en la actualidad, una garantía de apoyo electoral masivo, como se vio en el Reino Unido y su fatídico brexit. Muchos lamentan ahora las consecuencias, pero la gente puede votar cualquier cosa y quiere votarlo todo. El nivel para llegar a presidente sigue siendo muy bajo, por no decir penoso. Ni siquiera se necesitan idiomas. Algunos candidatos no dominan el suyo propio ni tienen una brillante oratoria. Son repetitivos y aburridos como robots, pero a sus seguidores ya les vale. La mala uva es lo que mola y proporciona adeptos. Contamos ovejas para conciliar el sueño como podríamos contar casos de corrupción o escuchar un mitin. Si el tribunal que selecciona a los que mandan son los electores, deducimos que no es una oposición demasiado exigente.

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Y si hiciésemos selección de personal para la gran empresa común de nuestro país. ¿A quién elegiríamos para un contrato a tiempo parcial de cuatro años? ¿Nos gustaría que nos mandase algún papanatas irresponsable? ¿Nos dejaríamos engatusar por promesas o soluciones milagrosas? Ha llegado la hora de ponernos serios y subir el listón para que los que gestionan nuestros asuntos públicos no nos avergüencen más.

Se busca presidente del gobierno. Socialistas abstenerse.