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De vez en cuando conviene poner en valor el trabajo de quienes velan por nuestra seguridad en todas las circunstancias, tanto cuando su presencia se hace notar en grandes sucesos como cuando trabajan por ella en tareas más preventivas, menos visibles pero, seguramente, a la larga igual de trascendentes.

Los hay –muchos- que le tienen inquina al uniforme, sea verde, azul o caqui porque idealizan una sociedad imposible como si el mundo en que vivimos tuviera que ver con un parque temático del tipo Eurodisney. No es así. Un estado de derecho precisa fuerzas de seguridad, en la misma medida que no puede prescindir de un cuerpo de bomberos con la dotación material suficiente, policía local, Protección Civil o Cruz Roja.

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Sin embargo, cuando la desgracia nos pasa más cerca que de costumbre, cuando el alcance del desastre próximo depende de la profesionalidad y el arrojo de todos esos hombres y mujeres de uniforme entonces sí, entonces la aprobación y el reconocimiento se generaliza a partir del temor, del susto experimentado.

El trabajo de los bomberos del Consell, de los profesionales de Ibanat, de la Guardia Civil, Policía Local de Es Mercadal, Protección Civil, Cruz Roja y 061, la ejemplar coordinación de todos ellos en las tareas de extinción, evacuación y atención permitió que ahora no estemos lamentando una catástrofe humana y material más allá del desastre natural que han supuesto las 37 hectáreas devastadas por el fuego el martes en el Arenal d'en Castell.

En una noche interminable con las llamas rodeando cientos de casas y personas resultó aleccionador presenciar la determinación de todos ellos, cada uno en su lugar, para comprender su presencia. Es justo reconocer, como se ha hecho, su papel fundamental durante las horas interminables del suceso. Así debería ser siempre.