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Ya nada o casi nada es lo mismo que cuando uno estaba en edad de merecer y contaba los días que faltaban para el inicio de las fiestas de su pueblo materno en la segunda semana del mes de agosto. La juventud quedó atrás y la madurez rebaja, casi extingue la euforia de antaño.

En todo caso, ni Sant Joan, ni Gràcia… Sant Llorenç era y -con permiso de las demás- sigue siendo la mayor y mejor celebración del verano insular porque Alaior es diferente desde cualquier punto de vista. Hasta los caballos entran singularmente de uno en uno en la plaza durante el jaleo, y es común escuchar a barítonos o tenores aficionados junto a la barra del Casino o Ca na Divina, donde en otros sitios suena el reggaetón con insistencia.

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Aparecen sus tres días grandes en el corazón del mes de agosto, el vacacional por excelencia. Por eso, cuando llevamos un tiempo hablando de masificación en las fiestas de Sant Joan, en Alaior van por delante porque saben de qué se trata por la concentración de veraneantes en fechas tan señaladas, que recorren el pueblo desde el carrer des Ramal hasta Dalt Sant Pere Nou durante la tarde y la noche del sábado. Apenas hay espacio para caminar entre gentes y caballos que buscan su sitio en la diversión general.

Pero todo ha cambiado. Sant Llorenç tampoco escapa al macrobotellón, a las borracheras precoces cuando, décadas atrás, a esas edades las fiestas se pasaban fundamentalmente en 'los choques' y la feria. Ya no hay verbena en Los Pinos ni partido de fútbol el domingo, pero los actos deportivos y culturales se multiplican en las dos semanas previas y la fiesta propiamente dicha, arranca el sábado por la mañana. Cambios, estos y otros, que mantienen la singularidad de Sant Llorenç porque Alaior es diferente.