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Debe ser que afloran mis orígenes payeses cuando me niego a comprender cómo es posible que en algunos supermercados ciertas botellas de agua cuesten más que un litro de leche.

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Los payeses de Menorca nunca lo tuvieron fácil en su oficio de ganaderos ya que si el año viene de malas, el ganado comerá de almacén, como si fueran vacas estabuladas. En esas ocasiones es imposible cuadrar las cuentas porque por un litro de leche no se paga lo que cuesta producirlo.  Al final del año la ecuación siempre maltrata la menguada ganancia, cuando no la quiebra, del l'amo, entre lo mucho trabajado y lo poco ganado. Por esa razón entre otras, algunos llocs quedan desasistidos, vacíos, abandonados y cuando un lloc no encuentra manos que lo socorran, rápidamente hace saber la fatiga, la orfandad de la cal en sus paredes, enderrussalls por doquier, zarzas que crecen y se multiplican invadiendo caminos y veredas, hasta los pardales buscan un lugar nuevo donde acomodar su nido. Un lloc abandonado es como la osamenta de un cetáceo, varado donde lo sorprendió la muerte o lo arrastró un temporal otoñal. Al mirar aquel montón de huesos calcinados nadie ve al hermoso animal que antes fue. Un lloc abandonado tampoco recuerda el lugar donde antes bullía la vida. Su huella sobre Menorca es avisadora de un futuro cuyo presente necesita ayuda urgentemente.