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El otro día pasaba yo por delante del televisor, que debe de ser la versión antigua de zapear, cuando oí que decían que no sé dónde se había producido una reyerta con un muerto. Me quedé un rato pensativo, porque la cosa no aclaraba si se habían peleado con el muerto, o si a causa de la pelea había habido que lamentar una muerte. Que esa es otra, me refiero a lo de las víctimas mortales que a veces también dicen por la tele. Verbigracia: ha habido en esta pasada Semana Santa no sé cuántos accidentes con no sé cuántas víctimas mortales. Uno piensa: luego también hay víctimas inmortales. Uno piensa que la vida moderna ya es demasiado, porque en tiempos –en tiempos de Jonathan Swift y su Gulliver, por ejemplo— existían los inmortales, y esos, aunque hubieran querido, no se morían nunca. Puestos a citar podría traer aquí a colación la frase del coronel Aureliano Buendía, en «Cien años de soledad», de Gabriel García Márquez, cuando afirma: «uno no se muere cuando debe sino cuando puede».

Donde cobra verosimilitud el hecho de que la reyerta en cuestión fuera con un muerto, o con un no vivo, como diría Joan Perucho, o el mismísimo conde Drácula, con uno de esos vampiros de serie televisiva que están como para mojar pan, vamos, que están de mejor buen ver que si estuvieran vivos, varados en la sempiterna juventud.

Llegados aquí, lo que me preocupa es saber si el muerto de la reyerta pasaba por allí y le tocó cargar con los platos rotos o si en cambio fue él quien armó la bronca para que de este modo lo acabaran de rematar, le dieran la puntilla y lo mandaran al fin para el otro barrio, cansado como estaba de merodear por esos mundos de Dios.

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Ya me imagino la escena. Si fuera por estos andurriales, donde dicen que la tramontana lo trastorna todo, el muerto estaría harto de oír aullar el vendaval, soliviantado, con el pelo revuelto y la saliva escasa en la boca, a lo mejor hambriento de sangre y todo, de modo que dijo voy a armar una reyerta con un muerto y así me sacudo el mono.

Seguramente la cosa ocurriría a la salida de una discoteca, con las sangres jóvenes llenas de alcohol, cosa que les debe de estropear muchísimo el sabor, y con las jovencitas entusiasmadas por vivir experiencias extremas.

Entonces el muerto va y se lía a puñetazos con toda una pandilla de borrachines y drogatas que al final, cansados de palos de ciego y pescozones inútiles, le clavan la estaca y acaban de una vez con el muerto para que pueda salir en el telediario.

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