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Aunque, como todo hijo de vecino, tenía nombre y apellidos, era popularmente conocido como El Corcho. Tal vez por su curiosa habilidad para salir a flote en las no siempre plácidas aguas de la política, en las que ya llevaba más de cuarenta años. En los bares de su localidad natal –te cuentan- se hacían incluso apuestas sobre qué oficio ostentaba. Unos afirmaban –los más realistas- que ninguno. Otros, que fontanero. No faltaba quien apostaba por acomodador de cine (por aquello de acomodarse en un mundo ciertamente cinematográfico) y algunos descerebrados (o no) se empecinaban en señalar que había sido equilibrista de nómadas circos. De hecho, lo del equilibrismo también cuadraba. El Corcho era, pues, a la par, El Misterioso y, en su partido, institución temida.

Tanto servía para un roto como para un descosido. Aunque jamás había accedido a cargo público por vías democráticas (El Corcho, para qué engañarse, no era muy popular), había ocupado todo tipo de direcciones generales, secretarías, subsecretarías, presidencias digitales de esperpénticas instituciones, despachos varios, entidades fantasmales, cooperativas y asociaciones paranormales aupado por los dirigentes de turno de su partido. Dicen las lenguas de doble filo que éste (el partido) siempre le buscaba algún chanchullo para que no le diera por tirar de la manta y hacer públicos todos los trapos sucios del susodicho, esos que El Corcho conocía de sobras dada su larga e inalterable permanencia en el seno de su formación política…

Y hubo quien incluso se atrevió a reproducir cierta conversación habida –y oída por el temerario- entre dos altos mandos cuando El Corcho se quedó en el paro…

- Y ahora, ¿qué hacemos con él? –preguntaba el secretario general-. Habrá que darle algo…

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- Ya nos inventaremos alguna cosilla –respondía su jefe de protocolo-.

De hecho, al cabo de escasos días de esa charla, El Corcho fue nombrado presidente de una nueva y sonora entidad oficial denominada «D.G.D.A.C.S.L.D.D.P.R.S.C.Y.L.I.D.A.E.E.E.L» (Dirección General Dedicada A Comprobar Si Los Dueños De Perros Recogen Sus Caquitas Y La Incidencia Del Asunto En El Ecosistema Local). Con presupuesto propio, suculenta nómina, despacho y secretario, El Corcho, satisfecho, nuevamente amnésico y mudo, se dedicó, pues, a deambular por la comunidad, contando el número de excrementos hallados, midiendo sus dimensiones y efectuando graciosas estadísticas sobre si el incivismo de sus dueños arreciaba o disminuía.

Don Cosme, el cura –cotillean- reza diariamente a Santa Rita para que le dé a El Corcho larga vida, ya que no es querencia suya tener que oficiar su funeral. Don Cosme teme que, en plena homilía, le dé un ataque de risa al enumerar, por imperativo eclesiástico, los méritos y asuntos tratados por el ilustre político: «De nada supo y de todo ejerció. Se ocupó de vacas y puertos; de lechugas y aeropuertos; de quirófanos y zapatillas; de orinales y libros; de pesca y funambulismo… Entre sus múltiples virtudes destacó la de no tener decencia ni profesión. Y, entre sus aciertos, el de haber sabido guardar sepulcral silencio»…

En las aulas desasistidas, el docente habla a sus alumnos de esfuerzo, de responsabilidad, de la libertad que emana de la cultura, de ética… En domicilios, en muchos domicilios, padres y madres viven angustiados convirtiendo su existencia en hoja de cálculo, especulando sobre si podrán o no costear los estudios universitarios de sus hijos, esos que, al menos teóricamente, han de forjarles un futuro mejor, el que, tal vez, ni ellos mismos tuvieron… Y hay por ahí todavía suelto algún quijote que se empecina (como el Benedetti de «Qué les queda por probar a los jóvenes») en hablar a los adolescentes de valores…

Y algunos de esos jóvenes (afortunadamente hoy, a aún, solo algunos) se preguntan que pa qué… Son los que han conocido a El Corcho y todo lo que El Corcho, desgraciadamente, representa…