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He perdido la cuenta de las ocasiones en las que he oído debatir sobre muchas cuestiones -gajes del oficio-, una de ellas es sin duda el puerto de Maó, ese que de vez en cuando hay que obligarse a mirar, con los ojos del primer día, para que la rutina no nos haga dejar de valorar el espectáculo natural que se nos ofrece.

Años oyendo hablar sobre Cala Figuera, el traslado de CLH y por fin, cuando éste sucedió, sobre un uso que no llega; sobre el Fonduco, la ordenación de espacios, la convivencia de actividades diversas, la náutica, los cruceros y el imponente patrimonio histórico que alberga el puerto. Y cómo no, sus conexiones con la ciudad.

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¿Fueron catorce los años que estuvimos esperando a subir en el ascensor? Creo recordar que sí, y también que llegué a dudar de que algún día pudiera hacerlo. También he asistido al desprendimiento de varias rocas del acantilado, en diferentes cuestas y puntos, algunos establecimientos y patios particulares, afortunadamente nunca hubo consecuencias para las personas. Con ello no digo que no sea positivo volver a debatir.

El puerto estuvo otra vez en el punto de mira con el encuentro de expertos organizado por el Cercle d'Economia. Se compartieron puntos de vista muy interesantes y se expusieron ideas claras, sobre qué tipo de turismo de cruceros conviene, la próxima conexión en Ses Voltes o el reconocimiento de que la iniciativa privada será fundamental para mantener estructuras como la del Lazareto. Desde el público se plantearon problemas reales, el de la necesidad de inversores para plasmar muchas de las ideas bonitas en planos y papel, o el del acantilado, cuya consolidación es además una cuestión básica de seguridad.

Lo mejor es que se advirtieron las ganas de empezar a hacer y no solo hablar, de ponerse manos a la obra. Lo recalcó uno de los ponentes y lo comparto: hay que ver cambios y hechos al mismo tiempo que se diserta. O la ciudadanía se pondrá a bostezar.