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Cuando se organizaron caminatas por la carretera (lo de general, con permiso del exconseller Luis Alejandre, lo pongo ahora entre paréntesis) y protestas contra el proyecto desproporcionado, marcado por irregularidades y sin coherencia con Menorca, Reserva de la Biosfera, muchos, seguro, se quedaron en casa porque pensaron que no serviría manifestarse, paralizados, quizás, ante tanta corruptela e injusticia. Pensaron, tal vez, que la casta política haría sus negocios, pese a todo, como ha venido sucediendo en este país de triste figura. Pensaron otros, seguro, que era preferible que se hicieran todas aquellas macrorrotondas en el breve tramo Maó-Alaior para no perder el dinero que caía de no sé qué cielo, repitiendo la consigna de turno.

Ahora se sabe que sí servía hacerse oír (para generar compromisos, para decidir votos). Se sabe que era posible rescindir el contrato con las constructoras, ganar tiempo con el Ministerio de Fomento y pensar otra carretera (confío, también entre paréntesis, en que el proyecto se reconducirá para bien, por seguir con lenguaje asfáltico, y en que no tendremos que marchar de nuevo por este tema: hay que seguir vigilantes). Los hay que claman al cielo (nueva consigna): ¿cuánto nos va a costar esto? Y esa pregunta es la que respondíamos (me parece) los mortales (tan pasajeros) que pensábamos que la obra le costaría al territorio, más allá de concursos raros y sobrecostes, un precio demasiado alto en todos sus ámbitos y una herida tan a largo plazo.

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El transporte público en esta carretera que ahora se replantea debe ser ejemplar y este título de Reserva de la Biosfera no puede quedarse en una sala de conferencias: ha de lucir en lo cotidiano. Rafael Azcona dijo que el neorrealismo italiano murió cuando los autores dejaron de ir en autobús. El guionista de obras como «El pisito» —recomendación de amigas cinéfilas que me ayudan a desempolvar mapas que mi generación se saltó— tenía claro que los problemas del pueblo (y sus alegrías) no se captaban desde la soledad de un coche particular. No tenía carné y no era fácil, dicen, meterlo en un automóvil. Pues bien, en Menorca hay mucha gente que no conduce y/o que no tiene dinero para pagar la gasolina y por eso es importante que los gobernantes (también tan pasajeros) no dejen de viajar en autobús: descubrirán algunas curiosidades. Si alguna de ellos se sube al autobús mañana, sabrá, por ejemplo, que un trayecto entre Maó y Ciutadella cuesta más de cinco euros.

Teniendo en cuenta que son éstas las dos poblaciones más habitadas y que solo una cuenta con hospital, aeropuerto y la mayoría de instituciones, es inevitable que, al menos las gentes de Poniente, tengan que desplazarse en sus idas y venidas a más de diez euros el viaje. Hay más: si esa política va al aeropuerto tendrá que sumar 2,65 euros por trayecto para los cinco minutos que unen la estación con la terminal de salidas (porque no hay autobús directo de Ciutadella al aeropuerto: ¡ni siquiera en verano!). También descubrirá los horarios, que especialmente en invierno son para echar a correr (y llegar así antes, sea desde donde sea, a la puerta de embarque): para viajar a Madrid, en ese engaño de ruta camuflada de servicio público pactada no sé de qué manera con Air Nostrum/Iberia, se tendrá ella que levantar sobre las 4 de la madrugada (ya con la hora cambiada y si es que vive en el Lejano Oeste ciutadellenc) para subirse (como sombra de sí misma) al avión que cada mañana despega a las 07.05 horas (hay días en los que es el único vuelo directo con la capital, y nunca baja de 100 euros, con descuento de residente incluido). ¿Quién nos castiga? ¿Por qué no hay autobús para llegar a ese vuelo desde Ciutadella? ¿Por qué no lo hay, en el aeropuerto, a la llegada de los últimos vuelos a Menorca? ¿Por qué no se coordina? ¿Por qué desplazarse es un lujo no apto para todos los menorquines? ¿Por qué se escudan algunos en la rentabilidad cuando se habla de servicios públicos básicos?

Es crucial que los gobernantes tampoco dejen de ir en avión para conocer la ratonera de invierno para los residentes —sueños (húmedos) de tarifa plana— e inalcanzable, muchas veces, para los visitantes (también soñados o imaginarios) de fuera de temporada. Es crucial que no dejen de ir en bici, para descubrir carriles que son callejones sin salida, cruces peligrosos y otras posibilidades; ni a pie, para poder tropezar con aceras en mal estado; ni en coche, claro, para contemplar el rastro de una mala gestión y otros asuntos de seguridad mejorables. Los políticos, en definitiva, han de volver, como los guionistas, a palpar la realidad en primera persona para que la nueva carretera vaya más allá de un mero trazado y para que el transporte público, por tierra, mar y aire, sea prioritario: siguen haciendo falta miradas azconianas.