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Habrá usted oído decir, frecuentemente, eso de dime con quién andas y te diré quién eres. Pero la frase –créame- está demodé. Si desea, realmente, conocer a alguien, observe su comportamiento en un bar, con el día recién apuntalado, a la hora de agenciarse con el MENORCA, ese diario al que tanto critican algunos, pero sin el que no podrían vivir. Existe, por ejemplo, el cliente educado. Entra en el susodicho bar, observa que no hay ningún ejemplar disponible y, cortésmente, le ruega a un lector: «¿Me lo dejará cuando termine?». ¡Inocente! El pobre no sabe en qué país vive, un país poco proclive a las buenas maneras. Y, así, el diario va pasando de mano en mano, sin llegar jamás a las suyas. El educado, entonces, se conforma con echar un vistazo a las últimas andanzas de los famosos en un «Pronto» que, curiosamente, nadie ha hurtado todavía… No conviene olvidar, tampoco, al tocakinders. El muy gili atrapa «Es Diari» y, en vez de leerlo, le da por hablar con su vecino, mientras el resto del paisanaje se pregunta por qué puñetas ha cogido el periódico. Hay quien aventura que es por el simple placer de jorobar, algo muy propio de esta nación, o lo que sea ya esto…

Pero a ti, el que más te cabrea es el sádico: ha concluido con la lectura del MENORCA, se percata de que, como en la Seguridad Social, hay lista de espera y, esbozando una sonrisa pérfida, hace amago de dejarlo sobre la barra para, en rápido movimiento, agarrarlo de nuevo y reiniciar la lectura. Eso fastidia... ¿A qué sí? Muchas de sus víctimas han sentido, en ese momento, lo que, posiblemente, sienten los asesinos antes de disparar con su beretta…

El hipocondríaco no resulta tan molesto. Tú estás leyendo las páginas de opinión o deleitándote con la imagen de Karmele Marchante semi desnuda, envuelta en la estelada y se te acerca el tío para decirte: «¿Me dejaría mirar que farmacia está de guardia?». Es una interrupción pasajera y, dependiendo de lo que estés leyendo, en ocasiones, incluso de agradecer. De hecho, el que estaba contemplando a Karmele en pelota casi picada se sintió tan aliviado que le dio al hipocondríaco un beso que no fue adecuadamente interpretado. Algo parecido ocurre con el ingenuo, el que te inquiere sobre los resultados de la Once y que acaba con su desilusión de todos los días…

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¿Y qué me dicen del que se te acerca para leer, sobre tu hombro, tu diario? A ti eso te incomoda, porque crees que lo que pretende es robarte… Por eso, cuando clarifica sus intenciones, te tranquilizas. «¡Ah! ¿Era eso? ¡Uf!». Sin embargo, pasado el susto, renace el enfado y le preguntas: «¿Quiere que le haga un resumen?». La cosa cambia si el que quiere compartir contigo el MENORCA es una jovencita. Te arrimas a ella y, emocionado, le cantas, mientras se te cae el cortado, aquello tan conocido de Paloma San Basilio: «Leer a medias el periódico…» Y no obviemos al matemático que, inmune a las iras ajenas, le da por rellenar el sudoku o al gafe, ese que se sienta a tu lado, con su propio ejemplar, y, tras iniciar la lectura por las esquelas, te suelta un tratado filosófico sobre el sentido y la brevedad de la vida y sobre lo que le ocurrió a Paco, su vecino, que la espichó al ver por televisión el bailoteo de un candidato socialista en la campaña de las elecciones catalanas. Ese, el gafe, siempre acaba con un «¡No somos nadie!»…

De ahí, pues, que, el otro día, a un pobre jubilado, que venía padeciendo diariamente las tropelías de todos y cada uno de esos pérfidos lectores, se le fuera la olla y, cogiendo al gafe, le hiciera tragar un ejemplar entero del MENORCA (incluidas las páginas sepias de economía), para satisfacción del finado que, así, pudo aparecer en su sección preferida.

Es esa –crees- una curiosa galería de personajes metidos a metáfora de la tierra en la que vivís: esa en la que da tanto gusto fastidiar al otro, pero no convivir, en paz, con él…