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Siempre me ha perseguido una frase que me soltó el mítico Pepe Samitier, cuando, de joven, yo jugaba en el Barcelona B.

Indicar ante todo que este señor fue el primer ídolo del F.C. Barcelona. El Messi de los años 30. Tenía ya 70, de todos modos, cuando me soltó la frasecita en cuestión.

Pululaba él, a diario, avejentado y retraído, por el Nou Camp, en los entrenamientos del Barca. Una tarde de jueves, en el partido de preparación del domingo, que enfrentaba el equipo titular y el suplente, con tres o cuatro jugadores del filial, entre los que me encontraba yo, al ir hacia los vestuarios, me llamó para decirme escuetamente:

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Por supuesto, no entendí su alocución. Mi vida, durante mi etapa futbolística, fue parecida a un monje en libertad, centrado rigurosamente en el deporte. Regulando de manera extrema los cigarrillos, la bebida y el sexto mandamiento. Además, Samitier ni sabía de seguro mi nombre. Yo era un jugador anónimo, un jovenzuelo de los equipos inferiores, al que probablemente veía en acción por primera vez.  

Ni que decir tengo que durante décadas cociné esta frase lapidaria con toda clase de salsas para descifrarla.    
Es cierto, me atraía más la noche que el día. ¡Cómo a todos los hombres! Sólo hace falta la soltería, poder levantarse tarde y disponer de algún dinero para salir a contemplar la luna. La noche no sólo es jarana o la búsqueda del goce, sino también un islote de tranquilidad frente a la costa diurna, viciada por la bruma del estrés y la competitividad. Por la noche la persona se distiende, aparca sus inquietudes, la ansiedad y mejora el carácter. El rostro sonríe en vez de suspirar. En resumidas cuentas, exhibe en el escaparate de la oscuridad su formato más sobresaliente.  

Pepe Samitier debió sonsacar que mis lagunas en el juego, mi aparente abulia y mi pelo largo –detestado en la época por muchos ancianos-, representaban el fotograma, la psicoestética, de un sujeto capaz de perder los honores que le tenía reservados la tarde, por el deleite de la nocturnidad.

Pero lo premonitorio de la frase es que a los 25 años, por mis carencias físicas, abandoné el deporte profesional para salir cada noche de Dios a ver si la Luna era redonda o con cuernos.