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Cada cuatro años, la sala más noble de cada ayuntamiento se llena de un aire expectante, relativamente festivo. Se respetan las formas y el protocolo, y cambian los detalles que aportan los protagonistas. Los que prometen por imperativo legal, porque siguen soñando con la república; el alcalde que lleva abarcas, el que estrena americana; la que no viste de rojo, porque no es su color aunque lo ha lucido; y la que opta por el elegante negro, para que resalte más su sonrisa satisfecha.

Es curioso como en algunos casos parece que se ha llegado a una meta, como consecuencia del resultado electoral, aunque lógicamente se trata de un punto de partida. El inicio de algo.

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Uno de los gestos que no cambia y debería hacerlo, es la entrega de la vara de mando. El bastón es un objeto que tiene dos funciones: exhibirlo como ostentación del poder para que su dueño (temporal) imponga su autoridad y, el otro uso, para apoyarse en un camino poco seguro. La vara del alcalde tiene cierto parecido con el anillo del poder de la Tierra Media. Es atractiva pero puede cambiar la forma de ser de quien la posee.

La sensación debería ser la misma que la que tienes al salir del banco después de que te concedan una hipoteca. Has comprado la casa, pero el 1 del mes siguiente empiezas a devolver lo que te han anticipado. Es decir, la confianza. Este 13 de junio de 2015 es el inicio de un cambio que han pedido los ciudadanos. Quizás se trata de cambiar la vara de mando por la del servicio. Porque el poder no lo da el objeto que lo representa, sino el ciudadano que te ha dejado prestada su confianza pensando que puedes mejorar las cosas de tu ciudad. Y eso, mirando siempre hacia el exterior y no retroalimentando la pequeña estructura que te permite sostener una vara prestada.