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Hoy se celebra la Jornada Mundial de la Comunicaciones Sociales. La creó la Iglesia hace casi 50 años. Posiblemente el mejor comunicador que existe en la actualidad es el Papa Francisco. Por sus palabras, pero sobre todo por su actitud, que transmite autenticidad. Da la sensación de que lo que dice lo siente y lo vive y eso solo lo puede hacer quien construye su vida escuchando y no solo hablando, el que se deja transformar por la relación con los demás, por lo que dicen y sienten los demás, desde el contraste o desde la simpatía.

Hoy es muy difícil comunicar, porque los que formamos la sociedad tenemos algo atrofiado el sentido del oído. Ya hace años que Marshall McLuhan describió la aldea global y una de sus ideas era que el volumen de la información es tan inmenso, cada vez mayor, que se provoca tal ruido que llegar a conocer el contenido de lo que pasa es un reto complicado. Hay que hacer un esfuerzo. Hay que conseguir pasar de oír el ruido a escuchar el mensaje esencial que alguien transmite.

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Pero el ruido se contagia, se expande, se socializa. Al final se crean grupos que comparten el ruido y a nadie parece importarle la comunicación eficaz. Se conforman con vivir confortablemente entre los que se identifican con el mismo ruido, en contra de otros grupos.

Cuando la comunicación es así de defectuosa, la calidad de la información, el ejercicio libre y responsable del periodismo, sufre, se desprecia. Muchos quieren solo la información que les favorece. Se llenan la boca de grandes palabras, sobre la libertad, la democracia... Y se tapan los oídos.

En estas elecciones hay algo nuevo en juego. Quizás una sacudida al sistema sirva para recordarle que las palabras que se dicen mucho y se practican poco un día dejan de tener significado. Lo que no se ejercita al final desaparece.