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Cuando se llora por una tonadillera presa y se disculpan las pequeñas corruptelas vuestras de cada día; cuando la agresividad y la zafiedad registran rentables y amplios índices de audiencia; cuando la incultura se generaliza y aplaude; cuando se ridiculiza al honrado y vitorea al inmoral; cuando se relativiza el mal; cuando lo políticamente correcto se aplica únicamente a algunos colectivos mientras, paralelamente, se vulnera sarcásticamente en otros; cuando se usa una doble vara de medir y los comportamientos se rigen por la visceralidad y el odio, pero no por la razón, una sociedad está enferma. ¿Cuál de esos fenómenos no anida en vuestro país, hoy? Y si a la incultura que arrecia (la cultura es minusvalorada y arrollada por la inmediatez irreflexiva de las nuevas tecnologías) se une la penuria económica, la situación anteriormente descrita se hace ya trágica, propiciando todo tipo de radicalismos que, lejos de sanear el panorama, no hacen sino enturbiarlo para dibujar un futuro para ti –al menos- indeseable.

- ¿Entonces?

- Solo una sociedad culta, poblada por ciudadanos coherentes y con criterio, cimentada en la educación y con su riqueza equitativamente equilibrada podrá regenerarse y librarse de tanto talibán (de toda índole) suelto –-te contestas-.

Pero la educación le importa un carajo a las clases dirigentes (a cualquiera de ellas). Tal vez por ello quepa luchar en su defensa a nivel institucional, pero también individual. Un simple acto honesto de un hombre puede hacer más –lo sabes- que cualquier tratado de ética... Será probablemente más respetuoso con el medio ambiente aquel joven que ha visto reciclar a sus padres que el que ha asistido a la más sublime de las charlas escolares impartidas al respecto. Será difícil, a su vez, que un niño crea las críticas que sus progenitores formulan sobre la corrupción política si éstos aparcan en una zona de minusválidos, sin serlo, o pagan en negro... Porque u os ponéis las pilas todos o eso no lo arregla ningún hijo de vecino... Y eso implicaría, por ejemplo:

- Predicar, no desde las palabras, que también, sino desde la coherencia de los hechos...

- No transigir (ni bromear) ante cualquier falta de honradez por pequeña que pueda parecer (el chanchullo del vecino; los enchufes; la crítica y la calumnia, tan comunes; la palabra dada y no cumplida...)

- No quejarse de los precios de los libros (escolares o no), si en casa existe un televisor de cincuenta pulgadas... El hijo asumirá, subliminalmente, que su educación no es importante, pero sí el último romance de algún famosillo...

- No utilizar como moneda de cambio a ese mismo hijo en los procesos de separación... Con seguridad pensará que no es amado, pero sí utilizado...

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- Transmitir valores éticos (tan vapuleados ayer, tan añorados hoy, visto lo visto)...

- Entender que padres y profesores no son enemigos...

- Aceptar que una negativa puede ser salvadora...

- Tener presente que la felicidad propia jamás puede basarse en la infelicidad de otro...

- La lista sería interminable...

- Lo sé...

Ningún gobierno os liberará. Ya solo quedan políticos –y de tercera-, pero no estadistas. Ningún ejército. Ningún iluminado. Y Batman no existe. Pero estáis, sin embargo, vosotros. Y podéis –y aún debéis- partir de vuestra regeneración personal, íntima e intransferible para adecentar el local. Hacer de vuestras vidas algo que valga la pena de ser vivido, algo ejemplarizante. Y transmitir a quienes os rodean modelos de conducta intachables y atractivos que induzcan al contagio. Hasta crear un ambiente socialmente tan sano y bello que se vuelva irrespirable para cualquier corrupto, radical, miserable o salva patrias. Entonces –y solo entonces- partirán tantos malnacidos hacia el exilio, ellos mismos, voluntariamente, permitiendo que viváis en el edén que os hurtaron y que, aún hoy, impunemente, os usurpan.