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No sé explicarte Miquel, el dolor tan profundo que sentí el lunes en la sesión del pleno del Consell de Menorca. No sé distinguir si los insultos fueron lo peor o ver quienes los proferían.

No hay nada, ¡nada!, Miquel que dé derecho a nadie a insultar, a desprestigiar o a agredir verbalmente a otro, máxime cuando ese otro es el representante de todo un pueblo que le ha elegido por un sistema democrático que tantos años costó y tanto dolor causó conseguir a nuestros antepasados.

Siempre he considerado al GOB una agrupación de persona sensibles por el medio ambiente, que busca el equilibrio entre el hombre y su entorno. Y de repente esta sacudida escandalosa, provocadora, difamatoria, irreal, hacia un grupo de personas que, repito, han sido puestas ahí por la gran mayoría de los menorquines y que responden a lo que esos menorquines han elegido para su isla y su vida.

Tres veces habéis venido al Pleno con la misma camiseta y la misma reivindicación. Pero esta vez os habéis pasado tres pueblos, ¡qué tres pueblos!, habéis puesto de manifiesto lo que nunca pensé: «Sois dictatoriales», como niños pequeños que no se les da lo que ellos quieren aunque lo que ellos quieren es diferente a lo que desea la mayoría de la población. Cien personas, ¡cien!, vinisteis a protestar, a patalear y a insultar a voz en grito.
«Abuso de poder» se leía en la suma de varias camisetas en la que tu llevaste la «D». Firme pero de espaldas a los insultados, mientras apoyabas los gritos e improperios. ¿Te refieres a la responsabilidad que han puesto en el equipo de gobierno 17.482 votos, Miquel?

Miquel, te confieso que quise creer que se te había escapado de las manos, quise ver en tu rostro y en el del presidente del GOB, Jaume Obrador, antiguo director y compañero de Caritas con el que tantas horas compartí trabajando por el respeto al prójimo, una cara de preocupación por lo que allí ocurría. No lo vi, ni vi tampoco como dabais instrucciones para parar tan vergonzosa, difamante y antidemocrática situación; tampoco os vi desalojar, es más, entendí porqué estuvisteis en la puerta del Consell Insular de Menorca, la más alta representación del gobierno democrático de esta isla, quince minutos antes de entrar: os preparasteis, os repartisteis las consignas y los insultos.

Tener que aguantar los escupitajos verbales como: «cabrones», «chorizos» o «corruptos» me parece, Miquel, que no es digno de aquellos que respetan a los pájaros y las plantas.

Y luego el paseíllo desafiante de este grupo de exaltados mirando a los representantes del pueblo y aguantando que un catalán nos espetara «¡Hay que ver, que vergüenza que tengamos que venir de fuera a poner orden!»

Y me sorprende que entre tus «filas» contaras con personas que han sido responsables técnicos de la política de ordenación del territorio. ¿No gritáis por la deuda millonaria que pagaremos todos y cada uno de los menorquines por Cesgarden? ¿No pedís responsabilidades?

Ya no me sorprenden las increpantes actuaciones que recibe Luis Alejandre a diario: arañazos en el coche, cartas amenazantes en su domicilio, estropicios varios en su fachada….Has recogido para tu causa, Miquel, lo mejor de cada casa.

En legislaturas pasadas los grupos de gobierno establecidos por sufragio universal en Menorca, tomaron decisiones que los que no fueron escogidos para gobernar acataron. Decisiones más impactantes, según vuestro
mismo criterio, como fue la variante de Ferreries, la primera hendidura sangrante en una montaña (y eso que debemos conservarlas porque haber, no hay en Menorca), o la mismísima cárcel que tuvo debatiendo a los grupos de gobierno largo tiempo.

Recuerdo una de las últimas frases que escuchamos el lunes en el Pleno. Un castellano parlante nos espetó: «Miradlos, tienen miedo» o «están acojonados». Y, ojo, no solo nos miraban a nosotros, los representantes del grupo parlamentario del PP, miraban a todos los representantes legítimos votados por los menorquines al Consell Insular.

Querido Miquel, mi desamor es profundo porque has puesto en peligro lo más preciado en nuestra convivencia pacífica. «Todos» nos jugamos un sistema de convivencia de «todos» los menorquines y que, visto lo visto, pueden romper unos pocos.