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Leí que hasta un reloj parado puede dar la hora exacta dos veces al día. Cuando tienes un año, un año es toda una vida. Nos obsesiona el tiempo porque es oro. Pero toda vida humana es un misterio que no deberíamos medir solo en años (ni en quilates). Podríamos encontrar otras unidades de medida, para eso que llamamos «vivir». El tiempo de reloj es lineal, mecánico, previsible, inexorable. Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac. Hay un tiempo interior que solo conocemos nosotros: el que sentimos, el que necesitamos, el que no tenemos, el que puede ir hacia delante o hacia atrás, el que parece flexible, aleatorio. El tiempo perdido, el tiempo muerto, el que se hace eterno o el que se evapora sin más. Un tiempo que se nos pasa volando, o amando, odiando, cantando...

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Jugamos con el tiempo e inventamos historias. Unas han ocurrido; otras podrían ocurrir... o tal vez no. Historias, al fin y al cabo. Algunas se repiten. El tiempo nos duele, nos consuela, nos enseña o nos sorprende. Morir es un contratiempo. La vida son momentos perfectos o infelices, aciagos o sublimes. Las emociones nos salvan de la monotonía. La vida de reloj tiene un principio y un final. Pero si medimos la vida de otra forma, puede que nos sintamos como una gota en el océano, una estrella en el firmamento, un relámpago en la noche. Nuestros actos son para siempre, pero nuestras emociones no necesitan durar mucho más... No olviden cambiar la hora en sus relojes.