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En 1951, el investigador estadounidense Solomon Asch realizó un interesante experimento para medir la capacidad de influencia de una persona cuando se encuentra en un contexto de presión social. El equipo de investigación pidió a un grupo de siete estudiantes que participaran en una prueba de percepción visual. Se trataba simplemente de comparar dos cartulinas. En la primera, había dibujada una línea negra. En la segunda, había tres líneas negras de distintas longitudes. Los participantes debían indicar cuál de las tres líneas de la segunda cartulina tenía la misma longitud que el estándar de la primera. A pesar de que el grupo aparentemente estaba formado por personas escogidas al azar, seis de ellas eran cómplices del equipo de investigación. Su misión era ofrecer respuestas incorrectas con la finalidad de ejercer presión sobre el único participante en el experimento. En las dos primeras rondas, todos los estudiantes dieron la respuesta correcta. ¡Se trataba de una cosa obvia! ¡Había varios centímetros de diferencia entre las líneas negras! A partir de la tercera ronda, los cómplices empezaron a ofrecer respuestas incorrectas y, por tanto, equivocándose de manera intencional en cuál era la línea de la segunda cartulina que tenía la misma longitud que el estándar de la primera. A medida que avanzaban las rondas, el desconcierto del participante era mayor. Como no se veía apoyado por el grupo, se excusaba ante el profesor diciendo: «Seguiré mi propio criterio, aunque parte de mi razón me diga que quizá me esté equivocando». La resistencia del sujeto iba mermándose hasta el punto de dirigirse hacia sus compañeros y decirles: «Probablemente tengáis razón, pero quizá estéis equivocados». Sin embargo, al final el participante terminaba cediendo a la presión del grupo e indicaba la respuesta incorrecta. El experimento concluyó que la presión de un grupo causaba que los participantes se dejaran llevar por la opción incorrecta de la mayoría, al menos, en un 36,8 por ciento de las veces.

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¿Somos influenciables? ¿Qué parte de nosotros es fruto de la presión que ejercen los grupos mayoritarios? El experimento de Solomon Asch demuestra que somos criaturas muy sociales. Tenemos la necesidad de encajar en los grupos que nos rodean porque –a menudo, aunque no lo admitamos- nos preocupa lo que pueden estar pensando de nosotros. Sentimos la necesidad de ser agradables porque la pertenencia a determinados colectivos (amigos, equipo de deporte, compañeros de trabajo, partido político, comunidad religiosa) nos da una extraña sensación de seguridad que funciona de antídoto perfecto contra la soledad. Esta necesidad de 'encajar' nos lleva incluso a hacer o decir cosas en las que no creemos. El temor a ser condenado al 'olvido' provoca un enfrentamiento entre nuestras opiniones y conductas en caso de que choquen con el grupo en el que pretendemos integrarnos. Diversos estudios acreditan que esta situación conduce a mayores niveles de estrés, dudas sobre uno mismo y, finalmente, a procesos de depresión.

Todos los experimentos efectuados en esta materia han ofrecido la misma conclusión: existe una tendencia generalizada a mostrarse conforme con la opiniones mayoritarias de un grupo. Quizá el aspecto más llamativo es que la presión del grupo llevó al participante a decir una respuesta incorrecta sobre algo que era absolutamente obvio: ¡una línea negra era igual que la otra! Se trataba de una cuestión totalmente objetiva y que no admitía ninguna duda. Si trasladamos las conclusiones de este estudio a otras cuestiones mucho más subjetivas y polémicas como, por ejemplo, la ideología, la religión, las opiniones políticas, gustos personales o la moda, podemos advertir los 'peligros' encubiertos de la necesidad de 'encajar' que todos tenemos inserta en nuestro ADN. ¿Votarías a favor de la pena de muerte solo porque la mayoría lo defiende? ¿Prohibirías una determinada música porque no agrada a la mayoría? ¿Defenderías unas ideas en las que no crees porque así te sientes integrado? Aunque no lo creamos, está en juego nuestra libertad pues –como decía George Orwell- «si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír».