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Si Matthias Roters, el cónsul honorario de Alemania, se hiciera un análisis de sangre creo que demostraría que ha alcanzado el punto de equilibrio perfecto entre su origen alemán y su querencia menorquina. Pero esos equilibrios no son solo consecuencia del lugar en que has nacido y la tierra donde comes, sino que es algo que se trabaja, se cuida, se riega.

Roters han cuidado su relación con Alemania y ha ejercido con iniciativa su título de cónsul honorario. Hay gente que cuando le conceden un título parece que ya va implícito el reconocimiento, el homenaje. El cónsul ha recibido la Cruz de la Orden del Mérito de su país después de muchos años de dedicación.

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Ha conseguido que varios embajadores visiten Menorca (Bitterlich en 2000, Boomgaarden en 2004), organizó un encuentro de cónsules en la Isla en 2007, ha colaborado con varios proyectos, como el libro de María Hernbrodt, la nieta del capitán del «Mathilde», y le tocó vivir el trágico accidente de sa Penya de S'Indio, que provocó la muerte de tres de los cuatro miembros de la familia Brecht en 2003.

Pero lo que me parece más interesante de la trayectoria de Roters es su integración en Menorca. Habla nuestra lengua con el agradable acento de quien ha decidido incorporarse a una cultura que no es la propia. Es habitual de espectáculos, conciertos y actos culturales, y ha asumido responsabilidades en la organización empresarial de los bisuteros, Sebime, como presidente en 2006. (Le tocó vivir el traslado de la feria en 2010).

Cuando reconocemos el éxito de una trayectoria vital, vale la pena preguntarse cómo lo ha conseguido. Yo creo que la cultura, que emana de la educación, es la sangre que mueve el espíritu. ¿Estamos educando para alimentar ciudadanos cultos, amables, comprometidos, de mente abierta?