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Cómo mola la Xaranga del Xubec, qué alegría y qué buen rollo transmiten; hacen bailar a una estatua y le sacan la sonrisa hasta al más serio de los mortales. La música es cultura, historia, entretenimiento, la música es vida. El poder siempre le ha tenido miedo a la música, porque un pueblo que canta y baila, es un pueblo que teme menos, y cuanto menos miedo más rebeldía.

Y fue en el mercado del Peix de Maó, y fue un sábado por la mañana y hacía un sol de justicia, de justicia con tasas porque era insoportable. Todo el mundo bailaba, y todo el mundo tomaba una cerveza o una copa de vino, y había niños y niñas, chicos y chicas, hombres y mujeres, y alguien tocó mi espalda varias veces. Me giré y ese alguien me dio un fuerte abrazo y me dijo: «Qué alegría, cuántas ganas de verte, cuánto tiempo, ¿cómo estás, Agus?».
Y como soy más que miope, y como más de una vez he ofendido a personas que me saludan porque no las reconozco, me quedé unos segundos mirándole sin decir nada, con cara de lelo total esperando que aquel extraño de camiseta roja, poblada perilla y gafas de sol espejo me sacara de aquella situación dándome una pista, haciendo un gesto, dándose cuenta de su error. Pero nada más lejos, aquel alguien añadió. «¿Esta tarde me paso por aquello que me dijo tu hermana?». Entonces ya sí me vi obligado a balbucear unas palabras, a terminar con aquella equivocación y le dije que yo no era Agus y que no le conocía. Sensato, me pidió disculpas y se marchó seguramente pensando que aquel que se parecía tanto a Agus era muy corto. Y no se lo reprocho: estuve torpe y espeso.

La Xaranga del Xubec seguía con su fiesta, las cervezas, los pinchos y las tapitas iban de mano en mano, todo el mundo bailaba, todo el mundo sonreía, la anécdota parecía olvidada y sin más recorrido.

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Sin embargo, cuando la magia se recuperó, un nuevo alguien tocó mi espalda. Me giré y vi a una señora algo mayor que yo, bajita, media melena castaña, gafas de sol muy chulas, que me dio dos efusivos besos y me dijo. «Que alegría Agus, que bien te veo». Gracias a la experiencia anterior, esta vez reaccioné más rápido, cual gacela huyendo de león en sabana africana, toma ya metáfora cursi y manida, y contesté con firmeza: «yo no soy Agus. Se equivoca, señora». Ella, bajo sus chulas gafas de sol, me miró con los ojos muy abiertos y dijo: «Tú siempre tan bromista Agus, dame un abrazo». Cuando le seguí negando que yo fuera Agus casi me pide el carné de identidad porque no se lo acababa de creer. Al final, resignada, se despidió con dos besos.

Y será porque no hay dos sin tres, o porque mi madre parió gemelos y nos separaron al nacer, pero la locura llegó cuando una tercera persona me confundió con Agus. Una mujer de mi edad, pelo corto y ojos negros, mirada limpia y sonrisa amplia. Me vio de lejos y vino hacia donde estaba gritando. «Agus , Agus, Agus, qué alegría». Me abrazó y al separarse justo unos centímetros, ella misma se dio cuenta de su error y se despidió con la misma sonrisa con la que llegó.

Obviamente, queridos lectores, varias preguntas vinieron a mi cabeza: ¿se considera Agus un tipo guapo?, un sí dispararía mi autoestima. ¿Cuantos amigos tiene Agus? De hecho nadie me saludó a mí como yo, solo como Agus. Y por último y la más importante, si algún día Agus y yo nos encontramos ¿nos confundiremos uno con el otro e intercambiaremos nuestras vidas, o se creará un agujero espacio temporal que nos engullirá a ambos? Sea como fuere, si ven a Agus, denle recuerdos. Feliz verano.

conderechoareplicamenorca@gmail.com