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La convivencia entre vecinos no siempre es fácil. La mascota que para unos es un miembro más de la familia, inocente y juguetona, para otros es desagradable y molesta, tanto como las barbacoas nocturnas o lo gritos de los que se lanzan a una piscina cercana mientras tú intentas conciliar el sueño con la ventana abierta en un caluroso mes de agosto.

Desafortunadamente hay quien dedica buena parte de su tiempo libre a fiscalizar a los demás y otros a los que sus congéneres, que viven una puerta o una casa más allá de la suya, les son del todo indiferentes.

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Así las cosas, no es difícil vaticinar que el decreto que desarrollará la Ley Turística del Govern, todavía en borrador, traerá cola y enturbiará las relaciones vecinales si no llega a modificarse. Si el señor al que le molesta que sobresalga tu seto o que tu perro le mire mal, y al que evitarías pedirle ni una pizca de sal, resulta que tiene en su mano el permiso para un hipotético alquiler de tu vivienda a un turista, el conflicto está servido.

La primera reacción del residente al que le pregunten sobre el alquiler de la casa contigua será una negativa rotunda, si eso implica ruidos a horas intempestivas o un trajín de personas inusual o, no nos engañemos, un beneficio para ese vecino que, a veces sin saber muy bien los motivos, no goza de su simpatía. Y que la decisión sobre tus posibles ingresos o el alquiler de tu casa recaiga en un extraño es una intromisión y una idea que parece descabellada.

Ahora el borrador será analizado por asociaciones y patronales -con un plazo de quince días en pleno mes de agosto-, para que presenten sus alegaciones. A falta de ese análisis pormenorizado la primera sensación es que la normativa solo es un escollo más en esa carrera de obstáculos para el alquiler de viviendas vacacionales.