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Recién llegada de una breve escapada por tierras de La Rioja alavesa, he podido cumplir mi deseo de ver al pequeño Guggenheim y de confirmar el perfecto maridaje 'arquitectura-vino' en esos pueblos de larga tradición vitícola.

Con sus formas onduladas e iridiscentes, en oro, rosa y plata, el famoso hotel creado por Frank Gehry, adosado a unas bodegas del siglo XIX, no es el único templo del vino de la zona, que tiene otras atractivas muestras de bodegas de autor con obras de Santiago Calatrava, Zaha Hadid o Philippe Mazières.

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Toda esa inversión de los empresarios bodegueros ha dado un impulso enorme al denominado enoturismo en la zona, a los visitantes que llegan para conocer los famosos caldos, degustar la gastronomía, y empaparse de la historia y la tradición, y todo ello a disposición de un cliente diverso, tanto de un elevado poder adquisitivo como de uno medio, y aparentemente sin que se haya caído en la masificación. Como ya hizo el arquitecto canadiense en Bilbao, su edificio ha sido un revulsivo para el pequeño pueblo de Elciego y sus alrededores, revalorizando casas y dándole vida y trabajo.

Siempre estas comarcas han sido conocidas por sus buenos vinos, ahora han ganado posicionamiento internacional, están en el mapa y no por eso han perdido encanto o autenticidad. Y todo ello, mientras veía fluir las visitas, las catas, las ventas, entre vides centenarias y moderna arquitectura, me hizo pensar en lo complicado que es y ha sido en Menorca arrancar proyectos similares, y no solo debido a la crisis sino también en ocasiones por falta de arrojo o visión.

Si de lo que se trata es de no perder la esencia a cambio del dinero, aún admitiendo que éste es necesario y mucho, está claro que el diseño, la creatividad, la arquitectura, bien hecha, pueden transformar un paisaje, y revalorizarlo, sin mancillarlo.