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Como por motivos de agenda no podré asistir al próximo Foro Menorca Illa del Rei (estoy entregado en correoso empeño a la tarea de atender mi pequeño negocio con la finalidad de conseguir algo de pasta para hacer frente a mis compromisos impositivos con las distintos organismos recaudadores estatales, autonómicos y municipales que tienen por costumbre sablearme - no más que a usted, querido lector- preferentemente en época estival, y acumular a la vez, si ello fuera posible, algo de grano para pasar el invierno), me gustaría aportar desde esta orilla tan cercana a la sede del Foro, como es el Moll de Llevant, mi granito de arena a los debates que allí se producirán, con un ojo puesto en el engorde del caballo y el otro concentrado en el teclado de mi ordenador.

Como he sabido que en esta ocasión el Foro se centrará en el puerto de Mahón y sus desconcertantes circunstancias, y que al encuentro asistirá, entre otras personalidades, el presidente de los Puertos del Estado, he tenido la tentación irresistible de volver a contarles a ustedes y a los participantes del simposio que la desconozcan una divertida anécdota ocurrida en nuestra rada hace ya bastantes años, pero que, como sucede con la buena literatura, no ha perdido vigencia.


Sucedió en el Fonduco.
Existía allí una llagostera, con una hermosa casa adosada, que quedó abandonada por motivos que ignoro.

Las leyes y reglamentos que operaban entonces -y que bien pudieran seguir seguir vivos-, impidieron que diversos aspirantes a dar nuevos usos al conjunto consiguieran el permiso necesario para hacerlo. Había que proteger el bello edificio de las garras de la iniciativa privada.

A tal fin se impidió cualquier actuación en sus instalaciones, con tanta determinación que el edificio expuesto así a las leyes de la descomposición que opera por defecto en las construcciones deshabitadas, entró en ruina técnica ante la impasible mirada de todo aquel que tuviera algo que decir en este asunto.

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Hasta aquí todo normal; este tipo de desaciertos no son infrecuentes por estos lares. Lo verdaderamente gracioso (estoy seguro de que producirá entre ustedes gran hilaridad ) es lo que sucedió a continuación:

Tal llegó a ser el deterioro del edificio protegido que acabó constituyendo un peligro para los bañistas que se acercaban a solazarse en la zona. La solución hallada fue tan drástica como efectiva. Matando al perro se acabaría la rabia. Una grúa financiada (supongo) por la misma entidad que protegía con celo la construcción (o sea, pagada vicariamente por todos nosotros) se encargó de la demolición de gran parte de la reliquia. No me digan que no es como para mear y no echar gota. Ni Gila hubiera ideado algo tan genial.

De todas formas, para quienes se perdieron ese numerito Dadá les queda la esperanza de asistir a un bis. El mismo proceso que se vivió antaño, se puede repetir hogaño ante nuestras narices. Aunque quizás el comisario de esta nueva performance haya cambiado, no notaremos apenas la diferencia: La Solana, Venecia y no sabemos si incluso el Lazareto, cuyos moradores resultaron centrifugados por distintos motivos, han entrado ya en el reino del abandono que tiene por costumbre preceder a la ruina. Con un poco de suerte observaremos quizá con nuestros propios ojos las maniobras de una excavadora pagada de nuevo con nuestros impuestos demoliendo estos edificios que venían siendo entretenidos hasta hace bien poco por sus inquilinos, pero que había que dejar deshabitados por mor de una inteligente interpretación del reglamento.

Ya no será tan gracioso como la primera representación, pero tendrá su qué.

Apostaría a que en el Foro que está por celebrarse precisamente en un edificio salvado del kafkiano proceso por Alejandre y un ejército de voluntarios, se escuchará en algún momento una frase muy parecida a esta: «El puerto de Mahón atesora inmensos recursos aún no aprovechados que se podrían explotar de manera sostenible, etcétera, etcétera». Pues bien, me gustaría que en ese momento de gran clímax se guardara, con el público puesto en pie y como colofón del happening dadaísta global, un minuto de silencio por los edificios caídos y los que están por caer.