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Vamos a ver, ¿que pensarían ustedes de mí, si decidiera operarme los pectorales tan sólo porque el Ministerio de Sanidad me hubiera ofrecido cinco mil euros, a condición de que los destinara a instalarme prótesis mamarias?

Pues algo parecido pienso yo de la decisión del Consell de perpetrar, con la excusa de que no se debe devolver ni un sólo pavo regalado, desproporcionadas rotondas por toda nuestra ME1, algunas de ellas tan injustificables desde el punto de vista del tráfico o la seguridad vial como destructoras de esa «promesa de felicidad que aporta la belleza», en este caso construida por la «paciente dedicación de generaciones de menorquines».

Caso de haber recibido la descabellada oferta que abre este artículo, yo hubiera intentado conseguir del Ministerio, amparándome en la circunstancia de que (a mi edad) no aspiro a comenzar una incierta (e inquietante) carrera como travesti, me fuera permitido usar los dineros tan generosamente ofrecidos, no en silicona, sino en un tratamiento contra la calvicie. Incluso, en un ataque de civismo, instaría a la ministra a que dejara de gastar tan alegremente un dinero del que nuestro país carece, y por el que pagamos a escote unos cuantiosos intereses envueltos en prima de riesgo.

Todo aquel que se llegue a Ferreries puede comprobar a simple vista de lo que son capaces nuestros gobernantes cuando, sin necesidad de substancias estimulantes, les pega un subidón ; podrá entonces imaginar en qué se convertirá la carretera Mahón-Ciutadella si no somos capaces de convencerles de que reconsideren el desaguisado que pretenden producirnos.

Lo que suponía hasta la fecha para tantos de nuestros vecinos y visitantes un agradable transitar por la carretera general, atravesando un paisaje cargado de belleza, se parecerá ahora a un viaje astral Getafe-Alcorcón, carente de cualquier asomo de promesa de dicha, como bien saben los lugareños del cinturón de Madrid (y acabaremos por saber de primera mano todos los menorquines - y adoptivos- si los delirantes planes siguen adelante).

Cierto es que muchos profesionales del volante verían con buenos ojos la conversión de la carretera en una autovía, pero deberían reflexionar a cerca de que la cantidad de mercancías y pasaje a transportar depende en gran medida del número de personas que elijan Menorca como destino, y esta cifra será mayor (y de creciente poder adquisitivo) cuanto mejor conserve su encanto, y disminuirá cuanto mayores sean los atentados contra la gallina, y comience ésta a producir huevos de humo.

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Si lo importante del reto fuera el no dejar escapar los dineros del Estado, podrían derivarse éstos al desbroce y arreglo de baches y paredes secas que se desvanecen en algunos tramos rurales.

Y si los dineros no fueran derivables hacia fines realmente oportunos y necesarios, significaría que no hay flexibilidad ni inteligencia en el sistema, cosa por otra parte nada extraña en una casta tan falsa, inepta e insolidaria como aquella que se viene ocupando de la res pública en España desde hace ya demasiados años.

El otro pilar en el que se sustenta la negativa del Consell a reconsiderar el paisajicidio se resume en una entrañable frase: «Estaba en el programa».

Me conmueve, pero queridos amigos, ¿no estaba también en el programa, entre otra infinidad de promesas incumplidas aquella de luchar decididamente contra la corrupción?; pues cuando desperté, Matas paseaba por la calle, Blesa iba de rositas, Fabra con las gafas de vacile, Cospedal en diferido y Maroto con la moto.

Por otra parte, no todos los que votaron la candidatura del PP, están de acuerdo con todas las rotondas, como no lo están con la ley del aborto por ejemplo, pues se vota un kit y no se admiten matices en las papeletas. De la misma manera que se ha metido en la nevera (con extraña sensatez) la ley de Gallardón, se podría traspapelar el delirante rotondeo, para alegría de carretas y público en general (pregunten si no en referéndum si sus votantes las aprueban).

La historia se lo agradecería.

El próximo capítulo estará dedicado a la rotonda de Biniati, que acumula una extraña combinación de llamativas coincidencias, saña en el destrozo y radical falta de justificación.