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Después de pasar por las tertulias del Ateneu de Maó con mis 'Mujeres desnudas' a cuestas, y con la intención de salvar algunas líneas del tiempo (a ver cómo lo resisten cuando pase), recapitulo aquí (porque necesito una tregua para pensar con claridad sobre las elecciones europeas) tres ideas sobre el machismo que vive a cuerpo de rey, especialmente en nuestro lenguaje. Somos lo que hablamos (y lo que nos decimos), igual que a Miguel Arias Cañete, alias en Twitter #HomusCañete le delató hace días su lenguaje para dejar al descubierto una parte de su esencia (con una superioridad intelectual que desgraciadamente no le ha pasado en las urnas la factura que se merecen él y toda su casta), al resto de los mortales también se nos puede ver venir por las palabras que empleamos. Y en el tema de la perpetuación del sistema patriarcal (esa estructura que permite y alienta los comportamientos machistas, por parte de hombres y mujeres), el lenguaje es vital. Y no me refiero a que cuando hablamos a un grupo de humanos tengamos que especificar 'todos y todas', 'compañeros y compañeras' o incluso, más absurdo (y además, incorrecto): miembros y 'miembras'. No es éste el problema principal, hay un masculino genérico que incluye a ambos sexos, pero sí existe una barrera lingüística que viene dada por una cuestión de definiciones: cuando decimos, que una mujer que tiene relaciones sexuales con diferentes hombres es una puta (o una fresca, en el mejor de los casos) y que un hombre que tiene relaciones variadas con mujeres es un seductor, un rompecorazones o un conquistador, estamos favoreciendo, a través del lenguaje, una estructura que nos hace daño como sociedad y que nos impide llegar más lejos.

Una escritora joven y talentosa, Jenn Díaz (ha publicado cuatro novelas, la última se titula Es un decir), edita la revista digital Matrices, y en uno de sus números hablaba precisamente de las definiciones de la Real Academia Española: «Por ejemplo: la definición de gozar, 3. Conocer carnalmente a una mujer. Por ejemplo: la definición de violencia, 4. Acción de violar a una mujer. Por ejemplo: la definición de sexo débil: 1. Conjunto de las mujeres. Por ejemplo: la definición de sexo fuerte: 1. Conjunto de los hombres. Por ejemplo: la definición de huérfano, 1. Dicho de una persona de menor edad: A quien se le han muerto el padre y la madre o uno de los dos, especialmente el padre». Y se pregunta Díaz: «¿Por qué la mujer, cuando conoce carnalmente a un hombre, no está gozando? ¿O un hombre con un hombre, o una mujer con una mujer? ¿Por qué la definición oficial de sexo débil es el conjunto de mujeres? ¿Por qué el huérfano es especialmente de padre?». Así de importante es el lenguaje que usamos en nuestra vida diaria y así nos define y marca los comportamientos y las actitudes de las generaciones nuevas. También se han zarandeado palabras como 'feminismo', que no es lo contrario de 'machismo', como han pretendido, sino que es un movimiento social que busca acabar con las desigualdades y las discriminaciones que se dan a causa del género. El feminismo es una lucha por un derecho fundamental y por lo tanto implica a todos, varones y mujeres, y nuestras lacras colectivas van desde el terrorismo machista (desde 2004 han muerto en España más de 660 mujeres asesinadas por novios, maridos y exparejas, una detrás de otra, es difícil imaginarlas a todas, pero por hablar de cifras, comparemos con ETA: la banda terrorista asesinó, en sus 51 años de historia, a 857 personas, según las cifras de la Fundación Víctimas del Terrorismo y pensemos cuánto se trabajó política, judicial y policialmente para acabar con los crímenes), hasta llegar a los 'micromachismos' que señaló el psicoterapeuta Luis Bonino, esas pequeñas tiranías de la vida cotidiana que muchas veces pasamos todos por alto. También late en el mismo corazón la esclavitud de la imagen: una visión distorsionada que se vende ya desde los dibujos animados que ven los futuros jóvenes y adultos, con un canon de belleza imposible como meta (a veces, única meta) y humillante, en el que la mujer verdadera no tiene cabida: caben máscaras, operaciones, trastornos de la alimentación y modas que sólo satisfacen a la cadena consumista.

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Se dice que uno puede cambiar el mundo primero cambiándose a sí mismo y después influyendo en su círculo más cercano. En este tema ocurre igual, primero hay que creer realmente en la igualdad y luego aprender a reconocer esos comportamientos/manipulaciones (tanto hombres como mujeres) y hacer un ejercicio de autocrítica para modificarlo si queremos que los niños dejen de imitar patrones que (está demostrado) son defectuosos.

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