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Un logotipo encargado exprofeso recuerda que este año se celebra el vigésimo aniversario de la declaración de Menorca como Reserva de la Biosfera. Más allá de las actividades desplegadas en estos veinte años, de la web que le da difusión por internet y de los eventos que se desarrollen para conmemorar el logro de esta relevante distinción, se echa en falta una amplia labor de análisis para determinar si el trabajo realizado hasta la fecha y los proyectos en cartera se ajustan en su totalidad a las demandas exigidas por la UNESCO o si, por el contrario, se detectan desviaciones que podrían poner en entredicho el lucimiento de tan importante reconocimiento internacional.

No se trata de reclamar ahora un simple balance sobre las actividades llevadas a cabo ni limitarse a reseñar la memoria difundida al respecto. En tanto no se realice el pertinente análisis, hoy importa más bien preguntar -y preguntarse- sobre la proyección exterior de la Reserva menorquina, cuáles han sido hasta ahora los resultados obtenidos en cuanto a su promoción, su alcance y su rentabilidad medioambiental.

Al margen de los informes oficiales que haya podido solicitar el Consell insular, creo que una carencia notable de la Reserva menorquina es que no ha contado con un referente de contrastado prestigio nacional o internacional que habría facilitado sin duda la citada tarea de proyección exterior. A diferencia de otras reservas, en estos cuatro lustros Menorca se ha olvidado de apoyarse en la obra de algún personaje relevante de los ámbitos científico o cultural que habría contribuido de modo decisivo a resaltar la presencia y personalidad de la Isla en el mundo, a destacar sobre todo los valores que distinguen el paisaje menorquín y su armonioso encaje en esta tierra mediterránea, a subrayar asimismo los parámetros que rigen la política de ordenación del territorio.

Al mencionar la ausencia de algún personaje ilustre como guía ejemplar para promocionar la Reserva de la Biosfera de Menorca pienso particularmente en César Manrique, el gran artista que luchó por la preservación de la belleza de Lanzarote. Esa isla canaria fue precisamente fuente inspiradora para que Menorca se implicara en la consecución del prestigioso título medioambiental concedido por la UNESCO. Y es justo destacar aquí el ingente trabajo llevado a cabo por Josep Miquel Vidal Hernández, el científico fallecido hace unas semanas, así como el impulso político que lideró Joan Huguet Rotger, a la sazón presidente del Consell, para que se hiciera realidad el ambicioso proyecto que contó desde el primer momento con el respaldo de la sociedad menorquina.

Lanzarote proporcionó a Menorca una valiosa información para emprender el proceso de reconocimiento. Hubo viajes y numerosos contactos políticos y técnicos. La relación resultó muy fructífera. Pero también es verdad que se perfiló una diferencia que el tiempo no ha corregido. Lanzarote contaba con César Manrique como faro de renombre internacional. Menorca, en cambio, no ha tenido un referente propio que ayudara a potenciar el proyecto que iba a emprenderse y desarrollarse.

La Reserva de la Biosfera de Menorca carece lamentablemente de una figura de la categoría de César Manrique, de una personalidad que con su compromiso y dinamismo aporte valor añadido y un activismo sin desmayo a la marca medioambiental. Porque no basta con crear logotipos o lanzar una nueva web. La Reserva menorquina tendría que contar con un gran activista de valía que, con el apoyo de su proyección mediática, se volcara en "vender" al mundo sus excelencias. ¿Aceptará trabajar el Consell insular para dar con esa personalidad antes del próximo mes de octubre?

Por otra parte, no hay que caer en la equivocación de considerar y convertir el título de Reserva de la Biosfera en un mero reclamo turístico beneficioso para la economía menorquina. Entiendo que sería una estrategia errónea. La declaración de la UNESCO puede ser útil ciertamente para la evolución de la industria turística, pero la Reserva de la Biosfera exige poseer una visión mucho más amplia para que el desarrollo económico sostenible y el acierto en el equilibrio entre hombre y naturaleza sean una realidad mayoritariamente respaldada por los ciudadanos menorquines y por los visitantes de esta tierra. Antes que la rentabilidad turística se impone perseguir la rentabilidad medioambiental.

Con o sin referente para la Reserva de la Biosfera, el equipo de gobierno del Consell de Menorca, con su presidente Santiago Tadeo al frente, deberá hilar muy fino para que prevalezca una sabia armonía entre medio natural y desarrollo económico. Las palabras de un discurso institucional, como el pronunciado por Tadeo el día de Sant Antoni, no son suficientes. Tienen que traducirse en hechos. En función de los resultados de la proyectada revisión del Plan Territorial Insular y del rumbo concreto que tome la política de carreteras podrán extraerse unas primeras -y quizá demoledoras- conclusiones.

Mientras tanto, persisten las dudas: ¿Conseguirá evitarse que determinadas acciones políticas entren en flagrante contradicción con el discurso oficial sobre la protección de la naturaleza? ¿Puede garantizar el presidente Tadeo que la política territorial del Consell menorquín no colisionará contra la declaración de Reserva de la Biosfera?