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Zapatero renuncia este año a las vacaciones y la familia real cambia el yate por una lancha. Son dos declaraciones de duelo nacional, avisos de que no estamos para alegrías. Resulta extraordinario en estos tiempos porque nos hemos acostumbrado a informar y a estar pendientes de dónde van de vacaciones las primeras autoridades del Estado. Menorca vivió con especial protagonismo ese capítulo durante cuatro años seguidos, tres de Aznar omnipotente y uno de ZP bisoño. Ahora "s'ha acabat es bròquil" de verdad y los gestos de austeridad llegan a la cúpula, hay razones morales y estéticas que avalan esa conducta, la imagen de Zapatero paseando en bañador o en camello por Lanzarote de la mano de Sonsoles no despertaría admiración ni simpatía precisamente entre esa quinta parte de españoles privados del derecho al trabajo o entre esa media España que no sale de vacaciones porque no puede, porque el salario sólo da para vivir.

Sin embargo, existe la otra cara de la moneda, los destinos que viven de las vacaciones de los otros y que, por tanto, las necesitan para mantener su economía y agradecen la publicidad de famosos y primeras figuras. No es fácil acertar. Si se suprimen los fuegos artificiales en las fiestas -sería lógico en estos tiempos- también se está reduciendo el trabajo en las pirotécnicas. Vaya papeleta.