La protagonista es Pili, una bailarina sevillana que narra su estancia en la cárcel, a la que fue condenada porque acabó jarta (como ella dice) de la burocracia que le impide obtener una beca artística. Entonces se toma la justicia por su mano de una manera tan extrema, como nos va explicando en su autojustificación, que terminará con una pena de 30 años.
Pili nos habla de su familia, de sus amantes, de sus problemas de infancia. Se abre en canal para contarnos su vida de pringá. Nos cuenta también su obsesión por el sexo y su atracción por Pina, la doctora de la prisión. Un deseo tan profundo que le lleva a lesionarse para poder ser atendida en la enfermería.
Su cabeza no para de dar vueltas y no controla sus pensamientos. Su obsesiva mente es a menudo su peor enemiga. «Si me rajaran el cráneo con un serrucho -dice- e hicieran el corte perfecto sobre mis ojos y orejas pa destaparme la chota, se comerían de lleno un letrero de puticlú mal iluminao en el que pone: mierda ano hostia su puta madre y mongola. Que eso no está bien decir mongola porque hay gente en Mongolia y que no está bien decir que los mongolos son mongolos, pero es que lo que tú eres es una peazo de mongola y un peazo mierda gorda».
Cualquier corrector de texto explotaría con la escritura de esta bailarina lenguaraz. No importa. El lector se pone en su piel y quiere conocer su historia. Quiere enterarse de sus disparates y los de sus compañeras de celdas. Quiere saber porque ella solo quería bailar.
Solo quería bailar
Greta García
Editorial Tránsito
195 páginas
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