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Cincuenta y dos años dueñas y señoras del islote. Todas las salas, 20, del hospital en el piso superior, y los edificios aledaños estaban llenas de estas aves, con sus nidos y excrementos, y siempre con el fondo de su ronroneo.

Confieso que me eran simpáticas. Toda mi vida veía en ellas el símbolo de la paz, los versos de Alberti y los miles y miles de mensajes que incansables, en mi niñez, leía que transportaban allende los mares, como mensajeras puntuales.

Ahora, después de luchar contra ellas durante 4 años, se me antojan "ratas voladoras". Sí, es imposible describir lo difícil que resulta des deprenderse de las mismas "en son de paz", sin emplear halcones, trampas o sustancias venenosas. Solo impidiéndolas el paso, gritándolas para que se asustaran y volaran al exterior. Todo empezó un día aciago para mí, en que después de haber colaborado junto a mis compañeros voluntarios en otros menesteres para mantener y recuperar esta joya de nuestro maravilloso puerto, Luis - el general - me dijo: <<Juan, mira el desastre que originan las palomas. Encárgate de cerrar puertas y ventanas para que no entren más>>…Puertas y ventanas… ¡No había ninguna! Como es lógico busqué compañía y la encontré en Mohamed, un marroquí tan buena persona como trabajador incansable. Ninguno de los dos somos carpinteros, pero con ilusión, tesón y valiéndonos de mucha imaginación, fuimos construyendo una especie de puertas caseras con más voluntad que oficio. Para las ventanas se nos ocurrió poner unas mallas para que dejasen entrar la luz, reforzando con unos listones que las aseguraban contra la pared. Además de Mohamed me han ido ayudando muchos compañeros: Vizcaíno, Antonio, Pedro, Ismael, Conrado, el mismo Luis,… Hasta que se incorporó Argimiro ¡carpintero de verdad! Y el artífice de que todas las puertas tengan sus bisagras como Dios manda. Lo más difícil era desalojarlas de las vigas. Ahí se metían y como no las veías en cuanto hacías que te marchabas salían volando y dando vueltas hasta que encontraban por donde escapar.

Hoy por fin puedo asegura que las 20 salas del primer piso están limpias, cerradas y sin "mensajeras" que ensucien. ¡Que de carretillas de excrementos! (Por cierto excelente como abono). Cuantas horas barriendo, clavando, buscando madera que nos sirviera. Incluso el olor de los excrementos daba dolor de cabeza y mareo…. Ha sido como una pesadilla.

Supongo que ahora me merezco volver a mi último destino: "sargento de cola" del guía oficial Sema… aunque solo lo aceptaré si vuelvo como "teniente de cola".

¡Qué menos después del destierro de 4 años!

Todo sea por la Isla del Rey

Juan Cubas Cremades